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Mi primera huelga

En estos días, rasco en la memoria de las huelgas en las que he participado y aparece una, la primera sin ninguna duda, infantil e inconsciente. Debía tener ocho años y formaba parte de la “plantilla” de monaguillos de la iglesia de San Tirso de Sahagún (León), mi pueblo. Mi pareja en los oficios era mi amigo Canorín y actuábamos a las órdenes de un cura párroco, don Daniel, casi siempre malhumorado y siempre tacaño, por el módico precio de dos reales por misa.La iglesia de San Tirso es para mí una joya arquitectónica donde se visualiza la transición al mudéjar. Iniciada en su base con piedra sillar y planta románica, se termina con el ladrillo característico de los alarifes mudéjares. Sus arcos ciegos de medio punto son casi la única concesión ornamental, nada que ver con los adornos de los frisos de ladrillo en esquinilla y arquerías en herradura que un siglo después se emplearon en la construcción de la iglesia de San Lorenzo, donde el mudéjar leonés alcanza su esplendor.

Era una iglesia que bien se podría usar como nevera, las misas invernales estaban aderezadas de una nube de vaho que salía en cada oración de la boca de las escasas beatas que asistían, todas muy entradas en años. Hay que reconocer que actuábamos para un público reducido y añejo, aunque los domingos la cosa se animaba considerablemente por lo que nuestra intervención era más cuidada, los movimientos más conjuntados, conscientes de que docenas de miradas juzgaban nuestro quehacer, o al menos eso creíamos.

Don Daniel se quejaba de casi todo y eludía el razonamiento lógico. Canorín era el encargado de tocar la campanilla en la consagración, la función más cotizada, y el que suscribe debía poner en el cáliz el agua y el vino. Esta acción realizada en la corta distancia, entrañaba riesgos como el de recibir insultos e improperios, incluso algún coscorrón. Al cura, alto y enjuto, siempre le parecía poco. Su explicación era que el agua estaba muy fría, pero al preguntarle cómo era posible que el agua estuviera más fría que el vino, cuando se guardan en el mismo armario, la respuesta era en forma de bofetón para el que ya estaba la esquiva preparada.

En las bodas, bautizos y comuniones teníamos constancia de que había una propina para los monaguillos, pero don Daniel parecía no enterarse. A la hora de pagar había que insistir con lo de la propina y a  regañadientes nos soltaba una peseta a cada uno. Así transcurrieron un par de años en los que Canor y yo sabíamos que los monaguillos de San Lorenzo cobraban una peseta por misa y este cura cascarrabias nos escatimaba la paga. Nos sentíamos explotados sin conciencia de ello.

Una Semana Santa, durante el vía crucis, a Canorín se la cayó la cruz que portaba, en lo que podríamos considerar un accidente laboral. El cura salió tras él con la ira dibujada en la cara y el puño levantado, escapó a la carrera y creo que en su marcha se fue desprendiendo del uniforme de trabajo. A partir de aquel día me quedé solo en las funciones de ayudar a misa. Con la mejor intención me dirigí a Don Daniel para pedirle que perdonara a mi amigo y compañero, negando el principio cristiano del perdón, contestó que buscaría otro sustituto. Decidí no volver.

En aquella primavera actuaba el Circo Mundial en León, mi padre me había dicho que me llevaría a verlo y yo contaba los días que faltaban para tan magno acontecimiento. Creo que se había enterado de mi deserción como monaguillo porque el domingo anterior al mayor espectáculo del mundo, me dijo que le acompañara a misa. Habitualmente íbamos a la misa mayor de San Lorenzo, por proximidad y porque era más vistosa y concurrida, era el acontecimiento social semanal en el que sacábamos nuestras mejores galas, todos endomingados, mudados y repeinados. Sorprendentemente nos dirigimos a San Tirso.

Recuerdo perfectamente que estábamos situados en la parte trasera de la iglesia, bajo el coro (era costumbre que los hombres se ubicasen en la parte más alejada del altar). Apareció Don Daniel, huérfano de monaguillos, y con la misa iniciada pidió que algún feligrés le ayudara en el oficio. Mi padre me ordenó que fuera al altar, yo me negué, insistió, yo también insistí en mi negativa, y la amenaza: si no sales a ayudar a misa, no hay circo. Me quedé sin circo y conservé un amigo.

(Juan Giraldo González .Cops Amagats-abril 2012.)

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