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Gaspar Rodríguez

 

Hermano de Pedro Ansurez (Peranzules) - según todos los cronistas - embarcó para Perú el 8 de octubre de 1534. Después de estar algún tiempo con Sebastián de Benalcazar en la conquista de Quito, por orden de aquel adelantado hizo la primera población de la ciudad de Santa Fe de Antioquia en 1537, y cuando, en ese mismo año volvía Peranzules de España con las provisiones reales para Francisco Pizarro y Diego de Almagro, con el se hizo hasta Lima, siguiendo las huestes del gobernador. En 1538 participó en la batalla de Las Salinas; y, cuando vencido y muerto Almagro, Peranzules acometía su fallida empresa por los caminos de los indios Chunchos, le vemos residiendo en Arequipa entre los repartimientos de indígenas con que Pizarro había premiado su arrojo y su valor.- Precisamente de Arequipa sale en 1.539 a socorrer las extenuadas fuerzas de su hermano, después de la larga y penosa expedición por tierras de los Chunchos, hallándole en Ayabiri; y en 1541, tras la muerte de Francisco Pizarro, fue uno de los primeros que plegó sus banderas a Vaca de Castro, quien - desde España - le traía una carta personal del emperador al igual que otra para su hermano. Siempre adepto a la causa imperial, nos relata el propio Herrera cómo, yendo con Perálvarez de Holguín y Peranzules al encuentro de Vaca de Castro, por los senderos de Jauja, el solo sorprendió y se apoderó de doce soldados de Diego de Almagro el Mozo, los que oteaban las fuerzas del ejército realista por ver si podían impedir su avance hasta la provincia de Huaylas.
En 1542 integró el ejército victorioso que desbarató las huestes rebeldes de Almagro en el valle de Chupas, cuando " los Indios y Negros mataban a los que hallaban vivos, y la crueldad tuvo mucho lugar, porque los rendidos eran acuchillados, denostados y maltratados por los vencedores ", siendo precisamente Gaspar Rodríguez de Camporredondo y su hermano Pedro Ansurez quienes mas insistían ante Vaca de Castro para que diese muerte al derrotado y cautivo Diego de Almagro. Mas tarde, enterado el gobernador de que Gonzalo Pizarro había dado fin a su excursión por tierras de la Canela y que en Lima reclamaba para si la gobernación del Perú, el ilustre sahagunés recibía de Vaca de Castro órdenes " que de secreto tuviese gente apercibida, porque era su Capitán de la Guarda, para lo que pudiese suceder ".
En 1543 asistiendo al juicio sobre el fin del joven Diego de Almagro, nos dice el cronista: " Públicamente exigió Gaspar Rodríguez de Campo Redondo a los que se hallaron presentes ala muerte de D. Diego, si le habían oído decir ser digno y merecedor de aquel castigo, porque por su mandamiento había sido muerto el Marqués D. Francisco Pizarro. Lo cual hacía porque si lo hubiera dicho, se justificaba más esta muerte; pero nadie confesó haberlo oído".
A principios de 1544 ya eran conocidos sus incisos en Lima produciéndose entre los Castellanos cien disgustos, alteraciones y motines, por cuanto tajantemente prohibían hacer nuevos repartimientos de indios entre los conquistadores, quienes los venían empleando en el laboreo de las minas. Nuevo frente de conflictos que llevó a unos a querer mantener en la gobernación del Perú a Vaca de Castro, mientras que otros iban soliviantando los empujes de Gonzalo Pizarro - quien a la sazón explotaba en los Charcas las minas del Cerro de Potosí - como único soberano del Perú, cuyo señorío le pertenecía por conquista y por derecho.
Un buen día se presentó en Lima el gobernador Vaca de Castro acompañado de Gaspar Rodríguez de Camporredondo y Jerónimo de la Serna, para hacer entrega de su gobernación al nuevo virrey. Mas Gaspar Rodríguez de Camporredondo no esperó a que llegase a Lima Núñez de Vela; sino que temeroso - como tantos otros de los viejos conquistadores - de perder su hacienda y encomiendas, retornó por Huamanga al Cuzco, soliviantando a mucha gente de armas contra las Ordenanzas, al tiempo que destruía en el camino el armamento de artillería que Vaca de Castro había bajado desde el Cuzco a Jauja, tras la batalla del valle de Chupas.
Con la llegada a la Ciudad de los Reyes de Núñez de Vela, el desasosiego se hizo general en las grandes villas del imperio. De las Charcas fue llamado al Cuzco Gonzalo Pizarro, mientras le llegaban cartas de adhesión para que se hiciese cargo de la administración del Perú contra las ásperas ingerencias del virrey. Tan solo bastó para sacarle de indecisiones codiciosas, que le relatase nuestro Gaspar cómo era voz común en Lima que, una de las misiones que traía Núñez de Vela era quitarle de en medio, tal como lo había hecho ya con Vaca de Castro, pues le había puesto preso en casa de doña Maria de Escobar y bajo caución de 100.000 ducados de oro, para confinarle después en un barco, anclado en el Callao, el que estaba vigilado por cien guardias y centinelas. Oído lo cual, Gonzalo Pizarro no sólo aceptó el liderazgo que de todas las partes se le ofrecía en las nuevas luchas, sino que hasta consiguió que le nombraran  justicia mayor del reino. Después de todo ello, empeñó sus esfuerzos en reorganizar su ejército, nombrando como puntales de su empresa reconquistadora a catorce capitanes y regidores, entre cuyos nombres otra vez resalta el de Gaspar Rodríguez Enríquez de Camporredondo.
Mientras esto sucedía en Cuzco, en Lima se aconsejaba al virrey reunir con todas las guarniciones y regimientos del Perú un ejército, que hiciera frente a las fuerzas que, día a día, venían engrosando el de Gonzalo Pizarro. A este fin expuso el virrey a los oidores, que ya habían llegado a Lima desde Panamá, la necesidad de alzar en armas un gran contingente real contra las pretensiones de Pizarro, llegando en sus empeños, y contra las propias Ordenanzas, a hacer nuevos repartimientos de indios entre los altos personajes que le rodeaban e incitando, con este proceder, a que todos fuesen fieles a la corona y acrecentaran sus frentes. Sobre todo tras varias deserciones de gentes que ya se habían pasado al lado de Pizarro.

 Lo que de otra parte, quedaba compensado, pues del ejército de Pizarro también habían desertado, hacia las huestes del virrey, Luis de Lui, Gabriel de Rojas y Garcilaso de la Vega, visto el despotismo y engreimiento del que hacía alarde en su conducta Gonzalo Pizarro. Y hasta hubiera querido hacerlo también Gaspar Rodríguez de Camporredondo, por más que se veía doblemente comprometido y temeroso de realizarlo: ya que, aparte de que en su ayuda repetidas veces le había requerido el prisionero Vaca de Castro, de continuo le tenían vigilado los guardias de Pizarro, desde que una noche entró en la tienda de tirano para matarlo por su veleidades, desdenes e ingratitudes hacia su persona. De otro lado temía engrosar las huestes del nuevo virrey porque le sospechaba sabedor de que había sido el quien había destruido e incendiado la artillería real emplazada por Vaca de Castro en el valle de Jauja.
Así lo comunicó un día Gaspar Rodríguez de Camporredondo al clérigo Baltasar de Loaysa, quien hacia de emisario y portavoz entre el Cuzco y Lima; y, habiéndose comprometido Loaysa a conseguirle del virrey no sólo el perdón sino un salvoconducto para volver a Lima, al cabo de algunos meses y siempre por medio de aquel clérigo, sabía Gaspar de las dos gracias que el virrey le había hecho, aparte del nombramiento real de capitán de cuantos en el Cuzco quisieran desertar de las huestes de Pizarro hacia el ejército imperial. Pero aquellas gracias y el nombramiento nunca llegaron a manos de Gaspar Rodríguez de Camporredondo, por cuanto - según refieren todos los cronistas - habían sido mañosamente interceptadas por Gonzalo Pizarro.
En virtud de ello, a finales de septiembre de 1544, se le hizo juicio sumarísimo y
fue dado garrote a este valeroso hijo de Sahagún, dentro de un toldo, siendo la primera muerte en que ensayóse el ministro cruel e infernal Francisco de Carvajal, para las muchas que en adelante se habían de seguir.–

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