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LA POSGUERRA III

Volvemos a Sahagún por tercera y última vez para hablar de la vida cotidiana en la posguerra de la Tierra de Campos, para hablar en definitiva de la infancia y juventud de mis padres.

Mis abuelos paternos se llamaban Gerardo, de ahí mi nombre, (1891-1959) y Eustasia (1894-1959), ambos murieron antes de mi nacimiento. Mi padre nació en 1931 y era el segundo más joven de los hermanos. Fueron nueve hermanos, pero tres murieron de pequeños y una murió con 26 años a causa de la mala alimentación que recibía estando sirviendo en Madrid.

En el pueblo había una escuela grande con siete clases (4 para niñas y 3 para niños) y había otra clase para niños en otro edificio detrás del Ayuntamiento, donde ahora está situado el Ambulatorio, ahí iba mi padre. No tenían libros y la enseñanza se basaba en las explicaciones del maestro, tomaban notas, hacían dictados y trabajaban mucho el Catecismo.

Dejó la escuela a los 13 años y ya se puso a trabajar en el campo (como ya expliqué en otro artículo las faenas agrarias ahora no me extenderé). La parte más dura del año era “hacer el verano”, es decir, la época de la cosecha. Se segaba con una cosechadora, no a mano, las gavillas de espigas se amontonaban para luego acarrearlas hasta las eras. Allí se trillaba la mies para separar el grano de la paja, se aventaba y el grano limpio se ensacaba y almacenaba. Estas operaciones duraban los meses de julio y agosto, 60 días de trabajo ininterrumpido y sólo dos fiestas para descansar, el 25 de julio (día de Santiago) y el 15 de agosto (festividad de la Virgen que aún se celebra en muchos pueblos de España, pero sin su motivación original), se solía dormir al raso en el campo una media de 4 ó 5 horas diarias.

De mediados de septiembre a finales de octubre se dedicaban a la vendimia de los viñedos (allí llamados majuelos), trabajaban hombres, mujeres y adolescentes de ambos sexos. Se trabajaba de sol a sol por un jornal de 14 pesetas, los que llevaban la uva a los carros en cestos ganaban algo más.

De noviembre a junio, pasada la vendimia, se seguía trabajando en las viñas alumbrándolas (escarbar la tierra), sulfatándolas y podándolas; esta última operación era muy delicada y de ella dependía la cosecha del año siguiente. Mi abuelo era experto en ello y le enseñó a mi padre.

En cuanto a las diversiones, además del baile y los paseos en el caso de las mujeres, los hombres iban después de comer al café cuando el trabajo lo permitía. Se entregaban los jornales en casa y le daban a mi padre una propina de 15 ptas. para toda la semana. Un café costaba 6 reales (1,50 pts.), una entrada de cine 6 pts. y una entrada al baile 3 pts. Si iba con una chica al cine gastaba 12 ptas. y le quedaban 3 para toda la semana. Por eso había que ser hábil en los juegos de cartas para que el café saliera gratis y no estar de mirón, se jugaba a la brisca, al tute y al tute subastado.

    Algunos de los chavales se encuadraban en Falange y otros en los Requetés (de origen carlista), cada unos tenían su propio local donde reunirse, los primeros iban de uniforme azul y los segundos de color caqui y boina roja. A veces se peleaban entre ellos y, cuando iban los domingos a misa, iban en formación y los chicos con unos fusiles de madera al hombro.

En una ocasión, estuvo Franco en León (1947 ó 1948), y pusieron trenes gratis para ir a verle y dieron 10 pesetas por persona para la merienda. Mi padre fue con un amigo para aprovechar y ver a su hermana Toli que estaba sirviendo allí. Lo que más recuerda mi padre es el discurso de Serrano Súñer (cuñado y mano derecha del General), Franco sólo salió un momento a saludar al balcón.

A partir de 1956 su hermano mayor, Paco, se vino a Barcelona de mano de un policía secreta nacido cerca de Sahagún, y fue llevando a toda la familia. Mi padre se casó con mi madre en 1960 y se la trajo a Barcelona, pero eso ya es otra historia.

Autor: Gerardo Guaza González. (La Voz de Castelldefels 04.2008)

 
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