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EL ARCHIVO DE SAHAGÚN
En el año 911. Alfonso III el Magno hubo de renunciar su imperio en García, su hijo, tras aquel intento de derrocamiento en el que inclusive había tomado parte doña Jimena. A partir de ahora la corte pasa de Oviedo a León, al tiempo que monarcas, nobles y plebeyos rivalizaban en hacer de Domnos Sanctos centro y objeto de sus múltiples donaciones y caricias. Por ello los monjes se vieron precisados a establecer en sus reductos una espaciosa sala para biblioteca monacal, a cuya vera otra –más recóndita y callada- hacía de archivo, en el que sus anaqueles se fueron poblando de escrituras de donación, pergaminos de gracia a Domnos Sanctos y legajos de piedad al monasterio, en la protección y ayuda de los mártires Facundo y Primitivo. Y si a la biblioteca de Sahagún iban a parar preciosas obras de arte, como aquella que se titulaba Libro sobre la virginidad de Santa María, escrito por San Ildefonso, obispo de Toledo después de San Eugenio, y que a mano transcribió Atilano, monje de Domnos Sanctos y después obispo de Zamora, fue el archivo la pieza más mimada del monasterio, con sus paredes, piso y techo todo de piedra, muy bien pintado por dentro, con sus puertas muy fuertes de acceso, la primera con tres llaves y la segunda con dos, teniendo buenos cajones y en ellos muy abundosa copia de escrituras muy antiguas y apreciables, desde el año 904, como nos relata Escalona.
Archivo de Sahagún que se salvó del exterminio, gracias a los desvelos de la Real Academia de la Historia, conservándose hoy su cartulario en el Archivo Histórico Nacional de Madrid. Archivo de Sahagún que, con más de 2.000 diplomas, en el año 1874 ordenó don Vicente Vignau y Ballester en tres grupos: documentos reales, eclesiásticos y particulares, cual nos lo reseña en el Índice General del mismo, y que, hacia 1940, fuera reclasificado en orden cronológico, ocupando en la actualidad 75 muy nutridas Carpetas, en la sección “Clero”, signatura “Carpetas: Sahagún, León, Benedictinos”. Y archivo de Sahagún, con su precioso cartulario, que se nombró adelantado de la cultura en el siglo X, y del que así se expresa Rada y Delgado:
San Atilano, Obispo de Zamora. Wikipedia |
“En las muchas pero elocuentes páginas de sus Becerros, sus Cartularios y demás piezas diplomáticas del archivo de Sahagún, viven aún sus hechos, sus grandezas, sus esperanzas, sus realidades, sus venturas y sus desgracias, ofreciendo vastísima enseñanza para multitud de ramas de las ciencias humanas. En ellas, después de encontrar la fiel historia de aquella Corporación Religiosa, y del estado social y político de las diferentes épocas que va atravesando, pueden apreciarse bien las distintas condiciones de las tierras de abadengo, realengo y behetría… Se ve al esclavo transformarse en siervo de la gleba, al siervo pasar a ser collazo, y al collazo convertirse en colono, al tiempo que se deslindan las atribuciones del alcalde y del merino, del aportellado y del sayón… En ella se encuentran datos interesantísimos para la numismática, para la historia de la orfebrería y del mobiliario; y, lo que es más trascendental todavía, para la geografía de la misma Edad Media, para conocer las divisiones territoriales, tanto públicas como privadas, y nociones importantísimas para la filología en la formación del romance, así como para la historia de la escritura y la del arte pictórico, en sus notables miniaturas e iluminaciones”.
Precisamente en el archivo de Domnos Sanctos, uno de sus primeros calígrafos y maestro de calígrafos fue el monje que, con el tiempo, llegaría a ser célebre obispo de Zamora. Su nombre era Atilano, monje en Domnos Sanctos cuando a mano transcribió el Libro sobre la Virginidad de Santa María, compuesto por San Ildefonso, al que hicimos referencia en poco más arriba. Manuscrito, al que así elogia Guardiola:
“Este libro, cuando le vio Ambrosio de Morales y otro grande, también de pergamino, escrito en gótico y que contenía muchos Concilios Provinciales de España que nunca algunos de ellos fueron impresos, dijo que merecían estar en el relicario de la Sacristía. El susodicho libro de San Ildefonso quemóse, con otros muchos, cuando aconteció la miserable y desdichada quema de la librería de este Monasterio, que fue a 18 días de diciembre del año del Señor, de 1590.
Monje de Domnos Sanctos que, un buen día, aspirando a mayor perfección, se alistó en los frentes penitenciales que san Froilán había extendido por los campos de Tábara y Moreruela, hasta que el rey Alfonso el Magno le llamó a la corte para hacerle obispo de Zamora, de donde huyó pretextando indignidades personales y traiciones a su vocación de monje de Sahagún, después de arrojar al Duero el anillo pastoral, mientras pensaba que sus culpas no estarían perdonadas hasta que aquella joya no volviera a su poder. Y a fe que el Señor obró así con su siervo, cuando –al cabo de casi dos años de peregrinación penitencial por Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela- volvió de incógnito Atilano a Zamora; y el pez que, para obsequiar al peregrino, había pescado en el Duero el guardián de la ermita de san Vicente, milagrosamente traía dentro de si el anillo del desaparecido obispo. Lo que obligó a sincerarse con el hospedero, retomando enseguida, entre vítores de aclamación y devoción popular, el báculo de su sede episcopal.
Mientras esto ocurría con el antiguo calígrafo de Domnos Sanctos, habían ocupado el trono de León Alfonso IV el Monje, Ramiro II –durante cuyo imperio había tenido lugar la consagración de la primitiva basílica de Sahagún-, Ordoño II, Sancho I el Craso y la minoridad de Ramiro III, bajo la tutela de su tía, la infanta doña Elvira, hija de Ramiro II. Y precisamente doña Elvira la que –hacia 970- junto con doña Teresa, madre de Ramiro III e hija del conde Asur Fernández, una vez que hubo enviudado de Sancho I el Craso, fundó en torno a Domnos Sanctos un Beaterío para damas nobles y ricas-dueñas, bajo la advocación de san Juan Bautista. Con un sin fin de donaciones y pingües dotes, pronto aquel Beaterío cobró gran renombre, siendo el primer rector de aquella pujante comunidad el abad don Sigerico. Beaterío o Colegio de San Juan –como sencillamente se le dijo- en el que las ricas-dueñas hacían de su abolengo baluarte de piedad, y del linaje escuela ennoblecida. Así nos lo refieren multitud de fuentes históricas.
(Juan Manuel Cuenca Coloma. Sahagún Monasterio y Villa. Pgs. 18 a 20
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