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En una soleada mañana de la primavera de 1940, salían perfectamente embaladas dos cajas de madera de grandes proporciones de la Plaza de los Refinadores de Sevilla. La casa, de planta baja más dos y azotea, aún está en pie en pleno Barrio de Santa Cruz, entonces era propiedad de D. Licinio Mediavilla García, natural de Sahagún, que vivía en ella con su esposa Dña. María Herrero Serrano, su cuñada Facunda, también de Sahagún, y sus cinco hijos.
Con veinticinco o veintiséis años, Licinio había salido del pueblo llevando por todo bagaje una carta de presentación de la madre abadesa del Monasterio de Santa Cruz, de monjas benedictinas de clausura, dirigida a la superiora del Hospital de las cinco Llagas de Sevilla, uno de los mejores y más grandes hospitales de la España de entonces, también llamado Hospital Central u Hospital de sangre, actual Parlamento de Andalucía.
Seguramente el viaje lo hiciera en tren, con la tristeza de la despedida de sus familiares y de su novia María, y con la angustia de no saber qué le podía esperar a su llegada a una tierra tan lejana que desconocía. Debió durar al menos tres días, días de preocupación e insomnio, miedos y dudas.
Es muy probable que los padres de Licinio vivieran en la Calle de San Tirso o en sus aledaños, dado que las noticias de las personas que lo conocieron y algún familiar así lo han contado. Su padre ejercía de sacristán y campanero en San Tirso, con lo que las puertas del templo siempre estuvieron abiertas a las inquietudes y juegos del niño Licinio y allí fue donde comenzaría a familiarizarse con las cosas de la iglesia y sus imágenes. Alguna prima, Susana García, “la Sana”, contó, y lo cuenta Isabel Bravo Linares, una de sus nietas, que de vez en cuando subían los dos, siendo chavales, al campanario para ver a las monjas benedictinas del monasterio vecino que cuidaban el huerto y el jardín, al detectar a los niños que las increpaban a gritos, las monjitas, sorprendidas, salían corriendo y se refugiaban en las dependencias del monasterio, oyendo las risas y celebraciones de los chavales.
Los años veinte del pasado siglo debieron ser de mucha penuria en el pueblo, de ahí que Licinio, como muchos otros, se viera obligado a salir a buscarse un porvenir. De su llegada a Sevilla, nada sabemos, Licinio era hombre de pocas palabras y la familia, con la que hemos contactado, una hija y dos nietos, cuentan que era de carácter retraído y hablaba poco de sí mismo y de todo lo que le concernía. Era un digno representante de la gente castellana que ríe lo justo y no presume, lo contrario al carácter sevillano que, con los años, conocería a fondo. El carácter apocado que caracteriza al castellano en general y una manera de ser y de estar sin alardes ni presunciones, que a veces se podría confundir con la abulia, es el resultado de una entereza moral hecha de trabajo y de aguante a unas duras condiciones de vida y de una humildad sufrida pero digna del que se ha visto ninguneado por otros.
En Sevilla encontró acomodo; comenzó a trabajar en la administración del hospital y alquiló una vivienda en el barrio de la Macarena. La ciudad, por aquellos años, comenzaba a preparar la Exposición Iberoamericana de 1929 y llegó a ser, según califica algún historiador, una “ciudad inerme”, sin proyecto modernizador, sometida a las castas sociales que con el apoyo y protagonismo de la iglesia desde tiempos inmemoriales han dominado el poder y el imaginario sevillano. Eran momentos de llegada de trabajadores (como lo fuera la más cercana del 92) para las grandes empresas que diseñaban la ampliación de la ciudad por el suroeste, con grandes parques y avenidas que vertebrarían la ciudad hasta nuestros días, y con frecuentes huelgas y algaradas; El periodista Chaves Nogales escribió entonces: “Junto a la Hermandad del Santísimo Cristo de las Llagas está el local del sindicato marxista”. Licinio tuvo que presenciar este alubión de trabajadores y su asentamiento en los arrabales de una ciudad que no estaba preparada para ello. La zona norte de Sevilla era entonces donde se asentaban los sectores más desfavorecidos y donde estaba, por ejemplo, la famosa tasca Cornelio, hoy, paradojas propias de esta ciudad de contrastes, basílica de la Macarena, situada frente al Hospital de las cinco Llagas, que debió conocer y visitar Licinio. En este barrio vivió unos años, pocos, pues sabemos que en 1930 hizo un viaje a Sahagún para casarse con su novia, con la que se carteaba, María Herrero Serrano (hija de D. Florencio Herrero y de Dñª. Obdulia Serrano) y, estando a punto de dar a luz a su primera hija María del Carmen, María le pide regresar a Sevilla, en 1931, y allí nace la niña. María del Rocío, la segunda, nacería en Sahagún, en 1932, y los tres restantes, Licinio, 1933, Miguel Ángel, 1934, y Obdulia, 1935, lo harían en Sevilla.
Antes de su viaje al pueblo, había alquilado una casa en el Nº 6 de la Plaza de los Refinadores, casa que pasaría a su propiedad y en la que, desde entonces, viviría la familia (me cuenta Luis, nieto de Licinio, que en 1992 la perderían en un litigio con el ayuntamiento que nunca llegó a comprender muy bien). En el hospital debió conocer al imaginero, pintor, tallista y dorador Manuel Galiano Delgado, figura bohemia y de precaria salud, con frecuentes estancias hospitalarias, taller itinerante y aficionado a la bebida (moriría a los 59 años, en su casa de la calle Conteros, el 23 de noviembre de 1951).
Cuando Licinio dejó el trabajo del hospital, hacia 1930, abrió la Cerería Hispalense, tienda de velas y objetos litúrgicos, ornamentación y orfebrería religiosa, bordados en oro, plata y seda, trajes talares y esmerada confección y hasta vino de misa. Estaba situada en pleno corazón de Sevilla, en la calle Francos, 24-26, y ella fue el sostén de la familia hasta su muerte en 1971. Manuel Galiano era frecuente visitante de la tienda: “Mi padre –dice Luis María Mediavilla- contaba que recordaba a D. Manuel, sentado en una silla de la tienda, a D. Manuel “el artista”, porque así es como lo definía, no era un pintor ni un escultor sino artista, todo lo hacía bien”, y hasta que no tuvo taller propio se sabe que dio sus primeros pasos en el de Francisco Ruiz Rodríguez, conocido por “Curro o Currito el Dorador”, artesano de enorme valía y calidad, en el nº 41 de la misma calle Francos, a dos pasos de su casa y de la tienda de D. Licinio.
“En 1926, Licinio Mediavilla, junto a 31 personas más, funda la Hermandad de San Esteban –dice Ana María Ruiz Copete, Teniente Mayor de la Hermandad-. En ese momento, la iglesia de San Esteban, que iba a ser la sede de la nueva Hermandad, estaba restaurándose y dado que al menos, catorce de los fundadores de la Hermandad, entre ellos Licinio, eran trabajadores del Hospital de las cinco Llagas (por entonces hospital central de la ciudad), ese fue el motivo por el que la Virgen de los Desamparados quedó depositada en la iglesia del hospital hasta tanto se terminaran las obras de San Esteban”. Sería el primer hermano Mayor hasta 1928, nombrado mayordomo perpetuo por sus constantes desvelos. Esta especialista señala que D. Manuel Galiano, aparte de ”la Virgen de los Dolores de Algar (Cádiz) y las sevillanas de la Candelaria y de los Desamparados, fue también autor de la Virgen de la Amargura y de Nuestro padre Jesús Nazareno, para la Hermandad de NPT Nazareno y Patrocinio de San José, de Sahagún, en León (obras ejecutadas entre 1930 y 1940). Y el Cristo Yacente del Santo Entierro, para la Hermandad de la Soledad de Mairena del Alcor (Sevilla) (1943) (1).
Esas dos imágenes que hoy procesionan en Sahagún, fueron encargadas por D. Licinio a su amigo Galiano que, al menos, hasta 1925 estuvo trabajando en el taller de “Currito el dorador” y después abrió taller propio en la calle Conteros. Es muy probable que fuera en el taller de Conteros, su casa, donde tallara las dos imágenes encargados por su amigo y valedor para Sahagún y, después, las trasladaran a la casa de Refinadores. Debió sentir D. Licinio mucha devoción y apego a ambas imágenes, especialmente a la de la Virgen de la amargura, a juzgar por las fotografías que hizo de ambas; la virgen vestida a la sevillana y en una de ellas con un gracioso delantal y con las joyas de su mujer, María. Es muy probable que las enviara para ser expuestas al culto en la parroquia de San Tirso que era a la que él sentimentalmente estuvo siempre vinculado. De hecho, esas dos imágenes han estado casi siempre expuestas en esa iglesia. Una estampa de la época que imprimió como reclamo publicitario de la tienda, Cerería Hispalense, por el anverso lleva impresa la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, y en el faldón, pone en tipos de cuerpo menor: “Iglesia San Tirso Sahagún (León)”. En el reverso relacionaba los productos a la venta en la tienda, con el nombre del titular, dirección y teléfono. No deja de llamar la atención que para dar publicidad a su tienda de velas y objetos sagrados eligiera a un Cristo que, si bien había sido tallado en Sevilla, sin embargo nadie conocía y pertenecía a un pueblo tan lejano que, a buen seguro, muy pocos sabrían situar en el mapa.
Aquellas dos cajas, perfectamente embaladas, que salían del Nº 6 de la Plaza de los Refinadores del Barrio de Santa Cruz, contenían nuestra Virgen y nuestro Cristo que vendrían vestidos (según cuenta Carmina, hija mayor de D. Licinio) para Sahagún, no sabemos si en tren, en una furgoneta o en carro, un día de la primavera de 1940. Antes, D. Licinio sacó varias fotografías de ambas imágenes en el patio de la casa para tenerlas como recuerdo, fotografías que han puesto a nuestra disposición los herederos. Era el regalo de un hijo que nunca olvidó ni se marchó del todo del pueblo, y, sin contratos, facturas ni papeles de por medio, expresaba así su agradecimiento a la tierra que le vio nacer y a los que siempre consideró como suyos. El viaje de ambas imágenes era el regreso simbólico de D. Licinio a Sahagún, su añorado pueblo.
La Virgende la Amargura realizó recientemente el viaje de vuelta a Sevilla, ciudad donde fue concebida por un imaginero especial a requerimiento de su amigo Licinio. Fue el 22 de Febrero pasado cuando fue vestida en el Convento de San Agustín con ocasión del acto de hermanamiento de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Sahagún y la Hermandad de de San Esteban de Sevilla, ante el asombro de los miembros de esta Hermandad que lo presenciaron y los que a la mañana siguiente pudieron contemplarla.
Hasta hace ocho o diez años, poco o nada se sabía del origen y llegada de las dos imágenes al pueblo. Fue Sor Ignacia, memoria viviente del convento, ya muy mayor, la que puso a la Hermandad de Jesús Nazareno sobre la pista de D. Licinio Mediavilla, vecino del pueblo, que un buen día se marchó para Sevilla. A partir de entonces, todo fue ir tirando del hilo.
Licinio, que había nacido en Sahagún en 1895, moriría en Sevilla el 27 de enero de 1971, a los 76 años de edad. Sobrepasaría en 18 años a su mujer Dñª. María Herrero que había fallecido el 29 de enero de 1957, a los 55 años.
NOTA
(1) Ruiz Copete, María, Vida y obra de Manuel Galiano Delgado, trabajo leído en el acto de inicio hermanamiento entre la Cofradía de Jesús Nazareno y Patrocinio de San José de Sahagún y la Hermandad de San Esteban de Sevilla, 23 de febrero de 2019, Convento de San Agustín, Sevilla.
José Luna Borge
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