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GUERRA CIVIL EN SANT FAGUNT
Durante la minoridad de Alfonso XI y al igual que en otras circunstancias similares, volvió a estallar en Sant Fagunt una guerra civil contra el abadengo, en la que los burgueses echaron por tierra mostradores, poyos y soportales de la plaza del Mercado, llegando sus furores hasta astragar los panes, e los linos, e las legumbres por los campos roturados del abad. Todo ello contra lo prescrito en los fueros de Alfonso el Sabio, y en base a no querer que el abad tuviese nada que ver en el nombramiento de alcaldes y merino, que eran –en definitiva- los únicos lazos que ataba aún dependencias con la abadía. Ocho años de contienda se siguieron en la Villa; y, aunque a 15 de enero de 1326 Alfonso XI, -diciéndose ya rey de Castilla, de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia, de Jaén, de Badajoz, del Algarbe y Señor de Molina- estableció que los alcaldes de Sant Fagunt siguiesen siendo nombrados por el abad y de entre los propuestos por el concejo, al tiempo que ordenaba que las llaves de la Villa pasasen a poder de los alcaldes, la guerra civil de Sahagún señaló ahora un hito nuevo de conquistas para el batallador ayuntamiento, que no cejaría en sus empeños hasta alcanzar ser dueños del lugar, e independientes del Abadengo en el nombramiento de sus autoridades edilicias y en los manejos municipales.
Claro está que ya en 1304 la lucha por aquella independencia radical había tenido que someterse al arbitraje de don Juan Fernández, hijo del deán de Santiago, según lo estipulaba un inciso de los fueros; verdad es que en 1310 y cuando Fernando IV creó aquel Juzgado de los Doce Hombres Buenos que habían de ser sus Alcaldes de la Corte –cuatro por tierras de León, cuatro por Castilla y cuatro por Extremadura- Garci Ibañez de Sant Fagunt fue nombrado para desempeñar uno de aquellos menesteres, lo que importaba un acrecimiento del concejo de la Villa en el aula regia; es cierto que en 1317 y por ordenamiento de las Cortes de Carrión, sabemos que los del concejo de Sant Fagunt se habían agraviado de la sentencia arbitral de Juan Fernández, solicitando su revisión que les había sido contraria; y también nos consta que, dos años antes –en 1315 y cuando la Carta de Hermandad hecha en la ciudad de Burgos al comenzar la tutoría de Alfonso XI- hallándose los nombres de Velasco Pérez y don Rodrigo Alfonso, como procuradores del concejo de Sahagún, lo que suponía alcances de relieve en aquellos frentes de conquista independiente. Con todo, se juzgó a todos hechos como pequeñas escaramuzas en las contiendas de ahora, que insistiendo sobre el tema de la elección autónoma de sus alcaldes, sobre el portazgo de la Villa y sus pingües rentas, así como sobre funciones ediles independientes en la reconstrucción de las murallas de Sahagún, habrían de abrir nuevas avanzadas de lucha contra el abadengo.
Tal sucedió con respecto a los ingresos de portazgo de Sant Fagunt –que, de muy antiguo, eran privativos del abad- cuando, tras la sentencia que los confirmaba en 1338, el concejo de la Villa, por serles muy codiciables, sobornó a un compatriota suyo, dicho Juan Estébanez y que había llegado a escalar las cumbres de canciller del reino, para que, en base a leyes generales, consiguiera de Alfonso XI y en 1339, que la tercera parte de aquel portazgo pasase a engrosar las arcas reales, al igual que en otras villas y ciudades. Pero, parece ser que el mal aconsejado canciller, en vez de hacer en los caudales regios aquella cantidad, la hizo ingresar en sus ya cuantiosos bienes; lo que en 1351 le valió del monarca don Pedro el Cruel el dictado de traidor a la corona y avasallador del abadengo, la confiscación de toda su fortuna –con la debida devolución de lo sustraído a la abadía- y la recesión de su cargo. Tal sucedió también, con respecto a los pleitos que el Concejo suscitó contra el abadengo en 1346 sobre el modo de ser elegidos los alcaldes de la Villa, englobando ahora sus querellas viejos descontentos en pastizales y ejidos, en cabañas y rebaños; cuestión que, dos años más tarde, Alfonso XI solucionó ordenando a los burgueses se atuvieran puntualmente a lo por él dictaminado a 26 de julio de 1326. Y tal asimismo sucedió cuando, después de muchas discusiones, llegaron abad y concejo a la conclusión de que era perentorio unificar esfuerzos en la refacción de las murallas de Sant Fagunt mucho combatidas por los años y las guerras. Un diploma de 1367 nos da la noticia al efecto, diciéndonos de cómo, después de escuchar don Alonso del Bollo –sucesor de don Alonso Valero en los regimientos abaciales- y el concejo a Alonso García, Pedro Ruiz y otros maestros, peritos en castellería, procedieron a reparar cient e veinte tapiales de antepecho con sus almenas, e más enderredor de la Villa cient e setenta almenas e dos cadahalsos. Obras, a las que estaban avocados pacíficamente concejo y abadía, cuando expiraba el último año del reinado de don Pedro el Cruel -1350 a 1369- y durante cuyo imperio apenas hay noticia de desasosiegos burgueses en Santa Fagunt.
Y es que toda España estaba aterrorizada por los magnicidios de reinas y de infantes, en la disputa que al hijo legítimo de Alfonso XI le entablaron los de Trastamara, no habiendo lugar ni humor a alzamientos y rebeldías de parcialidad municipal en la Villa. Hasta que finalizó aquella fratricida contienda por el trono, con la muerte del rey don Pedro a manos de Enrique de Trastamara, en la noche del Castillo de Montiel. Sobre lo que no diremos nada, apuntando sí que fue en Sant Fagunt donde encontró don Pedro el Cruel el amor más fuerte de su vida. Lo que así nos relata la Crónica. Después de decirnos del casamiento previo del monarca –por poderes y en 1351- con doña Blanca de Borbón, y cuando Pedro el Cruel se encaminaba hacia Asturias, para acallar por las armas la sublevación de su hermanastro Enrique:
“E en este tiempo, yendo el rey a Gijón, tomó a doña María de Padilla, que era un doncella muy fermosa, e andaba en casa de doña Isabel de Meneses, mujer de don Juan de Albuquerque, que la criaba; e trájosela a Sant Fagunt Juan Fernández de Hinojosa, su tío, hermano de doña María González, su madre. E todo esto fue por consejo de don Juan Alfonso de Albuquerque”.
Por su parte, el P. Mariana nos apunta: En esta jornada quedó prendado el rey de la hermosura grande y apostura de doña María de Padilla, doncella que se criaba en la casa de don Alonso de Albuquerque. Comenzó esta comunicación y favores en la Villa de Sahagún, olvidado de su esposa y loco con estos nuevos amores, de donde resultó la total destruición del rey y del reino.
Sobre lo que tampoco abundaremos más, como no sea decir que, de los amores de don Pedro con doña María de Padilla, el de Albuquerque, se encumbró a los más altos sitiales del imperio. Amores del rey con la doncella de Sahagún, que fueron los más dominantes en la vida del monarca de Castilla y de León, y de los que no pudieron apartarle ya los multiplicados cariños, en que después habría de quemar el alma: Ni el de la reina doña Blanca de Borbón, ni el de la ilustre doña Juana de Castro, con la que matrimonió don Pedro en 1354, ni el de aquella dueña de palacio –dicha doña Isabel- de la que al rey nacieran, después de morir la de Padilla, dos hijos, prisioneros más tarde de Enrique II. Dueña de palacio aquella que, junto con María de Inestrosa, Teresa de Ayala y Aldonza Coronel, fueron amores escondidos de don Pedro, mientras que María de Padilla, la de Borbón y la de Castro lo fueron cortesanos y oficiales. Tres reinas en la vida de un monarca, con las que sacramentalmente el soberano de Castilla se casó, en un entrevero de veleidades y justificaciones legales, que puerilmente nos relata la Crónica de Ayala.
Juan Manuel Cuenca Coloma. Sahagún Monasterio y Villa, P. 99 a 102
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