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SAHAGÚN MUDÉJAR

Según  asomé  por las cárcavas del Camino de Santiago desde donde se divisa Sahagún sentí  haber llegado al lugar donde tenía pendiente una misión. Había oído hablar, y no  poco, de las iglesias  MUDÉJARES que allí habían edificado los ALARIFES hace ya muchos siglos, y que aún seguían en pie con esa mezcla de elegancia y pobreza que ellos nos dejaron, mezclando lo cristiano y lo musulmán en cada paramento que levantaban ya fueran de ladrillo, adobe o tapial.

Después de descansar, al día siguiente, la chica de la Oficina de Turismo, sería quien me daría las  ideas necesarias para dar las primeras pinceladas. Allí mismo en el lugar que ocupa  hoy en día, el auditorio Carmelo Gómez (Antigua iglesia de la Trinidad) empecé a trazar las  primeras líneas de ese arte tan austero, con la  armonía en los volúmenes, en los  juegos ornamentales…, todo ello es  un fiel reflejo de esos hombres que se instalan en territorio cristiano para sacar de la tierra el material con el que luego construirán las iglesias mudéjares de Sahagún.

Ya frente a los ábsides de San Lorenzo empiezo a trazar los arcos de herradura ciegos y doblados, arcos de herradura inscritos en recuadros, bandas de ladrillo dispuestas verticalmente a sardinel, frisos de esquinillas, ladrillos con recortes en nacela para dar paso a los tejados, las líneas eran perfectas y de esa manera las estaba yo trazando milimétricamente en el lienzo.

Cansada por le bochorno que se dejaba caer ese veintiuno de agosto. ¡Estaba plena por el trabajo que tanto había soñado!

Seguía trazando líneas, ahora mis manos dibujaban  la torre que se eleva por encima de todos los edificios, de porte macizo y a la vez de aspecto tan liviano según va tomando altura. ¡Esos cuatro cuerpos que la hacen tan majestuosa se me antojaban altísimos!

El cuadro no acabo de rematarlo, en el lienzo septentrional me espera una portada ciega, compuesta por una superposición de arcos apuntados rematada por ladrillos en esquinilla y un alfiz que enmarca todo el conjunto.

Repaso el trabajo, seguro que algo se me escapa, he seguido con atención cada vano, cada  arco, cada recuadro, y hasta los mechinales, descansando alguna paloma,  quedan dibujados en  el cuadro que  doy hoy por finalizado, para seguir mañana en la Iglesia de San Tirso, La capilla de San Benito, y el Santuario de La Peregrina.

El descanso fue largo e inquieto. Con las primeras luces del día encaminé mis pasos hacia los ábsides de San Tirso. El segundo cuadro empezó a tomar forma con ese juego de volúmenes, esa armonía de la piedra y el ladrillo también conjugados. Tenía la sensación de estar dibujando una pequeña figurilla ante una inmensa maqueta. Sigo trazando líneas para dibujar arcos de  medio punto inscritos en recuadros y arcos de medio punto doblados que se repiten en los tres ábsides. Aquí quiero dar color a cada uno  de los ladrillos dibujados, es difícil,  cada ladrillo toma un color diferente más claro, más oscuro, casi, casi negro, no sé el motivo de esa diferencia de colores, enseguida alguien se acerca a ver mi trabajo y conoce la historia.

Me cuenta: dicen que los ladrillos se cocían en hornos, a pie de obra, en forma circular, dependiendo donde  estuviera la pieza,  le daba más o menos calor.  Con la respuesta en mi cabeza,  sigo coloreando.

Aún me esperaba la torre, con su particular  ubicación, sobre el tramo recto del ábside central, para desde allí verla majestuosa. Su forma troncopiramidal quiere hacer un homenaje al cimborrio del monasterio, así está escrito en la historia.

Cuatro son sus cuerpos, y así los dibujo yo, más bajos y horadados según su altura, el primer cuerpo macizo, el segundo, vanos geminados que reposan en columnas de piedra, y los últimos sencillos arcos de medio punto. Observo como la sensación visual es la de aligerar el peso de la torre con ese cuerpo de tronco de pirámide. Una vez más recapacito de la maestría de esos alarifes de los siglos XII y XIII, agradeciéndoles las obras  que nos han dejado en  la arquitectura románica MUDÉJAR.

Y sigo, quiero empezar a dibujar el paramento exterior meridional de la Capilla de San Benito (para  algunos de San Mancio) realizado en estilo mudéjar, cuentan que  es uno de los primeros ejemplos peninsulares de este arte. No me detengo más, me espera altiva en el alto de San Bartolomé, el Santuario de la Virgen Peregrina.

Allí estoy, y voy cayendo en la cuenta que el MÚDEJAR es el arte de síntesis, de estilos de vidas  diferentes, que  contribuyó al fértil mestizaje que surgió de la unión de la civilizaciones musulmanas  y del mundo cristiano occidental. Así lo percibo  en cada línea que  trazo de la cabecera poligonal compuesta de siete paños con multitud de decoraciones, arcos ciegos, friso de esquinillas, moldura de ladrillos en nacela, ventanas ajimezadas, separadas por pilares ochavados, todo me hace reflexionar por la endeblez de su fábrica y a la vez por la robustez que nos han trasmitido  siglo tras siglo.

Los últimos trazos del tercer cuadro ya van tocando a su fin, me espera la fachada septentrional que corresponde al primer tramo, de los cinco que tiene la nave, ¡Qué juego de ladrillos advierten mis ojos! Arcos ciegos tumidos, y arcos de herradura polilobulados, de influencia toledana, así me lo relata la guía.

El remate de las últimas pinceladas es a lo grande con las yeserías, multitud de polígonos, racimos de mocárabes, ruedas de lazo de ocho  y dieciséis puntas, estrellas de cuatro y ocho puntas, composiciones de sebka, decoración de ataurique, resto de un friso  epigráfico, escudos heráldicos que portan una banda engolada en cabeza de dragón o leones y bordura decorativa.  Todo ello policromado  recorre  la sala dando  la sensación de estar en  una mezquita.

Se  acaba el día, tengo que seguir mi Camino, no  sin antes anotar que me queda por pintar en el próximo cuadro la ermita de la Virgen del Puente en Sahagún, el Monasterio de San Pedro de las Dueñas y la iglesia de Sto. Tomás en Arenillas de Valderaduey.

Volveré…

Rita María Huerta (2015)

 
 
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