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D. Camilo de la Red (Abogado), ya fallecido, nos deja el siguiente relato:

1952. AÑO EN QUE SE CELEBRARON LOS JUEGOS OLÍMPICOS EN HELSINKI.

Como mi viaje a Covadonga para casarme, fue una odisea (se averió el autocar en que íbamos con todos los invitados, nos cogió una nevada en el Pontón, pasamos el Sella apeándonos en cada puente de madera porque habían sido volados cuando la guerra) y lo había pasado mal con la operación de apéndice, inicié a mediados de agosto, un viaje a pie desde Sahagún cubriendo estas etapas.

Sahagún-Almanza, Almanza-Morgovejo (balneario), Morgovejo-Portilla de la Reina, Portilla de la Reina-Caín, Caín-Puente Poncevos, Puente Poncevos-Cangas de Onís, y el pequeño salto final de 11 kilómetros que hay entre Cangas y Covadonga. Fueron aproximadamente 180 kilómetros.

Me acompañó Paco Álvarez, farmacéutico de Sahagún, que pesaba más de 110 kilos. Cuando habíamos recorrido desde Sahagún 16 kilómetros tuvimos que

Don Paco (Farmaceútico)

pararnos porque a Paco se le ampollaron los pies. A duras penas llegamos hasta El Truébano. Desde allí Paco llegó a Almanza en el coche de línea. Yo completé la etapa a pie. Dormimos en Almanza y dos días después reanudamos la marcha hasta el balneario de Morgovejo, edificio, entonces, medio abandonado.

Paco llevaba, además de su mochila, una bota con tres litros de vino. Al siguiente día, después de subir 6 kilómetros hasta la cima del Puerto del Pando, Paco se derrumbó. No estaba borracho, pero, en tal subida, había bebido los tres litros de la bota, el efecto de esta ingestión fue la preocupación de que estando como estábamos en plena soledad, pudiera presentarse un oso ¿y qué haríamos?.

Descansamos largo rato, y, al fin, llegamos a Portilla de la Reina. Allí conocimos a otro caballero andante, que resultó ser un agustino asturiano que vivía en Estados Unidos. Este hombre iba perfectamente equipado y conocía bien la zona, porque todos los años hacía el recorrido por las montañas, visitando todas las majadas y hablando y comiendo con todos los pastores.

Acompañados por este montañero (que podemos denominar “profesional”) continuamos nuestra marcha. Paco era informado por el agustino de todos los accidentes del recorrido, y así alcanzamos el Puerto de Pandetrave. El descenso al valle de Valdeón era impresionante: no había carretera, solamente un camino de carretas sumamente inclinado; en algún tramo teníamos que tener cuidado para no resbalar. La inclinación de este camino y la espesura y soledad del bosque, hizo decir a Paco: “Me parece que hemos llegado al Transvaal”. No nos cruzábamos con nadie, solamente vegetación y alguna vaca pastando con esa sensación de felicidad que en tal tarea producen esos animales. Paco perdió el equilibrio y rodó como una pelota hasta detenerle unos arbustos.

Así caminando y próximos a Santa Marina de Valdeón, aparecieron dos individuos, o, por mejor decir, dos jóvenes con bañador, seguidos de otros dos muchachos del país que portaban sus mochilas y “skis”. Paco, al verlos, se dirigió a nuestro acompañante y le dijo: “¿No le dije a usted que estábamos en el Transvaal?: ahí tiene usted a Tarzán y su compañera”.

La pareja en cuestión nos dijo que venían de esquiar de Tras Llambrión. ¿En el mes de agosto? ¿Fue una fanfarronada o una broma? Llegamos, al fin, a Caín y allí dormimos sobre colchón relleno de hojas de maíz, en casa de la señora Matilde.

Quedamos deslumbrados, al siguiente día, con el paso de la garganta del Cares. Yo no había visto nunca algo tan fascinante. Y seguimos el recorrido, hasta Poncevos, con igual soledad. Solamente nos cruzamos con otras dos personas y alguien que cantaba en un prado oculto, segundo con guadaña, y que a los gritos del agustino se descolgó por la ladera, como si anduviera por su casa, para saludarle. Al final de la garganta comenzamos, incomprensiblemente, a subir, nos cruzamos con un lugareño y éste nos dijo que en cuanto pasáramos el “repechín” llegaríamos a Puente Poncevos, en que hay una central eléctrica y alguna fonda. Este repecho hace que el camino entre Caín y Poncevos, se haga enormemente largo. Al final, algún bromista, había escrito: “a Caín 11 kilómetros…y pico”.

Desde Poncevos, Paco fue, en un coche hasta Cangas de Onís. No me cuadran bien las fechas, sé que al día siguiente, recorrí la mayor etapa en solitario: 38 kilómetros hasta alcanzar Cangas de Onís. Allí estaba esperándome, en una terraza, el ínclito Paco.

En esa terraza, próximos a nosotros estaban hablando dos “grandones”, que dicen en Asturias. Parece que eran “indianos” ricos, pues todo el tiempo estuvieron haciendo inventario de las escopetas y perros de caza que tenían; no podríamos decir, los que estábamos atentamente escuchando, que ocultaran sus riquezas. A estos tipos, en Asturias, le llaman “grandones” (En un bar de Gijón había un letrero que decía: “Se prohíbe cantar y ser grandón”).

Paco, con la charla de los “farolones” se ponía malo, y me dijo al oído “¿te has fijado lo idiotas que son estos tíos?”.

Pues bien, a los tíos en cuestión, se les acabaron sus relatos fantásticos, y uno de ellos se dirigió  a nosotros preguntando, al vernos el atuendo y el polvo de nuestros zapatos: “¿Qué? ¿Vienen a ver a la Virgen?” Yo les dije que sí. Y nueva pregunta: “¿Y de donde vienen?” Paco les contestó: “De Ciudad Real” Y me dijo al oído: “¡anda, jódete, que ellos tendrán perros y escopetas, pero nosotros camino”. “¿Y cuantos días han tardado?”, Paco le dijo que DIEZ. “¿Y solamente en diez días han hechos ese recorrido?” Contestación de Paco: “Es que tienen ustedes que tener en cuenta que venimos a campo través”.

La broma no terminó, la noticia debió llegar inmediatamente al Santuario de Covadonga. Porque cuando llegamos nos estaba esperando el Sacristán, que según noticias, era corresponsal de “La Nueva España”, periódico de Asturias. “¿ Son ustedes los que vienen de Ciudad Real?”. Yo me anticipé a Paco y dije: “No, nosotros venimos desde Sahagún”. ¿ Pero andando todo el tiempo? Le dije a Paco que mintiera (por lo que a él se refería) y confirmara mi versión.

Al día siguiente, apareció en el periódico la noticia de que a Covadonga habían llegado andando dos peregrinos domiciliados en Sahagún.

Paco se distinguió siempre por sus bromas, por su buen humor; era natural de Medina del Campo. Seis u ocho años después fui a visitarle porque me dijeron que estaba enfermo. Y me dijo: “Esto se acaba, Camilo, va a ser muy difícil que volvamos juntos a Covadonga”. Le animé mucho, nos reímos bastante, su ánimo se elevó. Pero cuatro o cinco días después, murió.

Camilo de la Red Fernández. 2004   

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