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Las Reliquias de los Mártires

Los mártires de Cea

Repasando el cartulario del monasterio o abadía benedictina de Sahagún –hoy en el Archivo Histórico Nacional de Madrid- fácilmente se constata cómo a la abadía y a la Villa que, en torno a ella, se formó después, dieron nombre aquellos dos mártires que se dijeron San Facundo y San Primitivo, a los que la piedad cristiana primitiva llamó sencillamente Domnos Sanctos o Señores Santos. Este nombre derivó más tarde –por principalidad de dicción y síntesis histórica- a Sanctus Facundus; después a Sant Facund o Sant Fagunt; algún tiempo después a San Fagun, luego a Safagún – en el grupo consonántico NF que se simplificó fonéticamente en F-; y, finalmente, a Sahagún cuando la F perdió su sonoridad para convertirse en H muda. Y con el nombre de Sahagún se ha mantenido hasta hoy la toponimia de la Villa.

Respecto a los mártires Facundo y Primitivo solamente podemos afirmar históricamente que vivían por los alrededores de Cea –la Mirífica Ceya  que restaurara hacia el 872 Alfonso III el Magno, según Sampiro- y que allí recibieron el martirio. ¿Cuándo? Según el breviario antiguo de Sahagún, durante la persecución de Marco Aurelio (año 161 a 180), siendo cónsul, presidente y juez de España Atico. Según un pergamino que, durante mucho tiempo estuvo en el arca que en Sahagún guarda las reliquias de los mártires, obrante desde 1960 en el archivo histórico diocesano de León y cuyo contenido ha estudiado y publicado últimamente Fernández Catón, durante el mandato de los emperadores Marco y Antonino, en 27 de noviembre del año 222 cuando eran Atico y Pretextato cónsules en España.

No concuerdan, pues, los datos ni en emperadores, ni en fecha. De todos modos, lo que sí está fuera de dudas es que san Facundo y san Primitivo no eran ni podían ser hijos del Centurión Marcelo y de su esposa santa Nonia, como creyeron Sandoval y Escalona, fiados en una tradición que rebate el P. Risco. Y es que entre la muerte de los primeros y el martirio del Centurión leonés en 298, median 76 o 118 años –según los datos referidos-; aparte de que San Marcelo, cuando su proceso martirial en Tánger aquel año, silencia totalmente ese parentesco, que abrían ennoblecido más su palma y su corona, al decir al juez que profesaba la fe en Jesucristo de mucho tiempo atrás, juntamente con su esposa e hijos Claudio, Lupercio y Victorico, a los que había dejado en León. Todo lo cual nos lleva a negar también que san Facundo y san Primitivo fueran Centuriones romanos, como nos lo dice aquella tradición que influenció en el arte, hasta representárnoslos así, como nos lo cantan todavía aquellas dos imágenes de los mártires, a ambos lados del neoclásico altar mayor de la Capilla de San Juan de Sahagún en la Villa.

A lo que añadiremos que las actas martiriales o la Pasión de san Facundo y san Primitivo tienen un carácter legendario, estando redactadas hacia la mitad del siglo X, dependiendo de las narradas en la muerte de los santos Justo y Pastor, de los hermanos Emeterio, Celedonio y Vicente, especialmente de la de San Félix de Gerona. Al igual que el pergamino examinado por Fernández Catón se remonta en su escritura semicursiva visigótica hacia el reinado de Alfonso VI (1065-1109), cuando el monasterio de Sahagún se había convertido en el centro más importante de la reforma cluniacense en España. No sabemos, por tanto, la cronología exacta del martirio de san Facundo y san Primitivo, pero si el hecho, cuyas esencias así nos relata aquel viejo breviario de Sahagún.

“Habiendo llegado Atico un día a la guarnición romana de Cea, intimó a los habitantes de los castros que bañaba el río, para que rindieran culto a los dioses imperiales ante un simulacro levantado a sus orillas. Dos jóvenes, Facundo y Primitivo, fueron acusados por un sofista mago de que eran cristianos, y de que llegaba su temeridad a hacer caso omiso  a lo que ordenaba el edicto imperial. Fueron buscados y traídos a la presencia del cónsul; y, viendo que sus ejemplos y consejos no surtían los efectos esperados, ordenó darles tormento en la prisión. Persistiendo firmen los dos jóvenes en la confesión de su fe, Atico –nos dicen a continuación las actas- multiplicó en ellos las más crueles torturas, desde el horno encendido al que fueron arrojados, hasta hacerles beber una pócima mortal que aquellos apuraron sin que le hiciera daño alguno, lo que motivó la conversión del sofista acusador. Siguiéronse los tormentos del potro, las uñas de hierro con que se les arrancaron los nervios, el aceite hirviendo con que fueron rociados sus cuerpos, y las teas encendidas que luego se les aplicaron. Más tarde se les vaciaron los ojos de sus órbitas, se les colgó de un hastial muy alto, cabeza abajo, del que se les bajó  cuando se les creyó ya muertos; pero el pasmo de los circunstantes rayó casi en asonada –prosigue el relato- cuando la muchedumbre les vio indemnes y curados, mientras uno de la multitud exclamó estar viendo a dos seres divinos que traían por los aires sendas palmas y coronas para Facundo y Primitivo. Oído lo cual, ordenó Atico que les fueran cortadas las cabezas, para impedir la proclamada coronación, brotando al punto de los cuellos mutilados sangre y agua, signo claro de que a Dios eran aceptos tanto su martirio, cuanto la ofrenda casta de su fe”. Acto seguido – concluyen las actas martiriales- los sagrados restos fueron arrojados al río Cea”.

Relato con el que sucintamente concuerda la 1ª de las dos Crónicas Anónimas de Sahagún.

Viejos pergaminos -que hicieron tradición e historia- nos dan fe que, arrojados al río Cea los restos de San Facundo y San Primitivo, algunos cristianos que habían presenciado su martirio y sus milagros, bajaron buscándolos río abajo, hasta encontrarlos en un lugar inhabitado, donde el río hacía un recodo y donde el caudal de su corriente los había dejado entre mimbreras y espadañas. Precisamente allí y donde -algún día- habría de surgir la abadía y la Villa de Sahagún, dieron sepultura aquellos cristianos a los mártires de Cristo.

Estaba aquel sepulcro muy cerca de la Calzada romana que, un poco más abajo, cruzaba el Cea subiendo desde Palencia -la antigua capital de los Vacceos- casi hasta el mar, entroncándose con la que se decía Vía Hercúlea o Augusta. La piedad fue allí floreciendo débil a los principios y como a hurtadillas. Pero cuando la Paz de Constantino y el Edicto de Milán abrieron al espíritu banderas de bonanza, en torno a aquel sepulcro el catolicismo cobró un auge de ganancia insospechada. Hasta tal punto que -muy pronto- una Capilla pequeña y recogida cobijó los restos de los mártires. Lo que de este modo nos dejó compendiado la 1ª Crónica Anónima de Sahagún: Andando el tiempo y todavía creciendo la devoción de piadosas personas, sobre los sus cuerpos fue fundada una Capilla e Iglesia pequeñuela.
Diciendo ahora dos cosas sobre el historial de las reliquias de san Facundo y san Primitivo, subrayaremos que en aquella iglesia pequeñuela estuvieron hasta que, en torno a ella, los visigodos construyeron el monasterio visigótico de Domnos Sanctos, y que allí seguían siendo veneradas cuando aquel Monasterio fue destruido por los árabes hacia el año 714, el que fue reconstruido luego por el rey Alfonso I, como probaremos mas tarde. Que allí estaba también cuando, hacia el 791, fuera nuevamente derribado por las tropas de Hixan I, y que seguían teniendo su culto allí mismo en el año 872, cuando Alfonso III el Magno compró la iglesia parroquial, a que estaba reducido el monasterio visigótico de Domnos Sanctos, entregándosela entonces al abad Adefonso, que venía huyendo de Córdoba, para que restaurase en Sahagún la vida monástica que se había visto interrumpida algún tiempo.

El primer documento escrito de la diplomática de Sahagún, que nos habla de las reliquias de los santos Facundo y Primitivo, data del 22 de octubre de 904, cuando la gran donación de Alfonso III a Domnos Sanctos, nuestros valiosísimos patronos Facundo y Primitivo, cuyos cuerpos sepultados son venerados en la Iglesia de junto a la Calzada, sita a la ribera del río Cea.  Escritura a la siguen cien más, tanto de carácter regio, como eclesiástico y particular, que se prolongan hasta el año de 1153, cuando el día 28 de mayo fue trasladada la cabeza del mártir san Mancio desde aquel priorato -en los términos de Rioseco- hasta Sahagún, siendo entonces colocada en el arca que guardaba los restos de San Facundo y San Primitivo. Sesenta años mas tarde, a 9 de junio de 1213 y con asistencia de Alfonso VIII de Castilla y de Alfonso IX de León, tuvo lugar el traslado de los sagrados restos desde la iglesia antigua -dicha hasta entonces de san Mancio- a la basílica grande y nueva que, desde años atrás, se venía edificando en la abadía de Sahagún.

Casi 200 años después, a 26 de noviembre de 1412, fueron sacadas las reliquias de aquella arca de roble y colocadas en una nueva de ciprés, chapeada en plata; y a 9 de septiembre de 1591, habiendo recibido el abad de Sahagún, Fr. Mauro de Otel, una carta de rey Felipe II, en la que se le pedía - a súplica del arzobispo de Évora, don Theotimio de Braganza -una reliquia de san Mancio para su iglesia catedral, nuevamente fue abierta el arca funeraria y de ella se extrajeron dos trocitos de la cabeza de san Mancio, que fueron enviadas al monarca, una de ellas con destino a Évora y la otra para el propio rey de España, por haber nacido el día en que murió martirizado el Santo, y para que, por su mediación, Dios le aliviase en los males de la gota que entonces acibaraban la vida de Felipe II. El 19 de octubre Felipe II daba las gracias al abad por su benevolencia, en una carta emocionada que conserva el Cartulario de Sahagún. El día 24 de julio de 1621 fueron sacados los restos martiriales de aquella arca de ciprés y colocados en una de plata, que fue puesta en la Capilla Mayor, al lado de la Epístola, en un arco muy alto que está cerrado, primero con una reja dorada, y después con puertas de pintura... con gran solemnidad de convocación de Pueblos y muchas Fiestas.

En 1766, siendo abad Fr. Pablo Rodríguez y después de la refacción de la basílica llevada a cabo por el P. Antonio Pontones -porque había quedado harto maltratada a raíz del terremoto de 1755-, nos relata Escalona cómo habiéndose abierto el arca de plata, yo vi y adoré las Reliquias dichas, y vi también los testimonios, de los cuales hay copia en el Archivo. Y allí estuvieron los restos de los mártires hasta agosto de 1809, en que -al decir del P. Wilibaldo- con motivo de la llegada a la Villa del general francés Tourniers, para evitar posibles profanaciones el abad Fr. José Sáenz de Escalona hizo ocultar el arca de las reliquias y la célebre custodia de Enrique de Arfe en las proximidades de una finca que, más tarde y cuando la subasta de las propiedades de la Abadía en 1821-1822, pasaría a serlo de don Andrés Arias. Derrotados los frentes de Napoleón en Sahagún y tras el incendio que redujo a escombros la monumental basílica y gran parte de la abadía, pasaron las reliquias a ocupar un lugar de preferencia en la capilla de Nuestra Señora de las Angustias, al norte de la desolada basílica, entre su crucero y la sacristía. Capilla que sirvió de iglesia, después de los arreglos que en ella se hicieron, desde 1814 y siendo abad Fr. Albito Villar, a raíz del Capítulo General celebrado aquel año en Celanova.

Y todavía seguían las obras de reconstrucción de la basílica, según los planos del P. Miguel Echano -que invertirían su estructura y distribución con referencia a la derruida- cuando los decretos del 25 de julio de 1835 y el subsiguiente de 11 de octubre de ese mismo año daban al traste con todas las ilusiones monacales de Sahagún, abriendo las puertas a la Exclaustración del año siguiente, al tiempo que otro incendio provocado en el mes de mayo devoraba recintos sacros y torretas eclesiales. Con todo, a 21 de septiembre de 1835 todavía encontramos inventariada una urna de plata con las Reliquias de San Facundo y San Primitivo, entre los objetos de la iglesia y la sacristía del suprimido monasterio de Sahagún, que fueron entregados - por orden superior- a don Juan Rojo y Camiña, párroco de San Tirso. Hoy día muy probablemente desde entonces, está el arca aquella y las reliquias martiriales en el centro y sobre el segundo cuerpo del neoclásico altar mayor de la capilla de San Juan de Sahagún. No así los documentos que a las reliquias acompañaban en la misma arca, los que a 4 de febrero de 1960 pasaron al archivo histórico diocesano de León por mandato del obispo Dr. Luis Almarcha Hernández, y de consentimiento de don Valentín Borge Espeso, entonces párroco de Sahagún. Documentos sobre los que así nos dice Fernández Catón:

  • "Esta colección esta compuesta por seis pergaminos y dos documentos en papel, enumerados todos ellos cronológicamente, conteniendo uno de los pergaminos dos grandes sellos de cera, muy bien conservados, pertenecientes al abad y prior del monasterio, del año 1412. Uno de los documentos no tiene relación alguna con las reliquias de los mártires Facundo y Primitivo".

Y todavía en nota allí mismo nos puntualiza al respecto de su contenido:

  • "El documento núm.1 contiene el acta del traslado de la cabeza de san Mancio desde el monasterio de Villanueva de San Mancio, junto a Medina de Rioseco, al monasterio de Sahagún; los restantes documentos, salvo el doc. núm.8 en papel, contienen actas de reconocimiento y autenticidad de las reliquias de los mártires Facundo, Primitivo y Mancio, hechas en diversas ocasiones, desde 1412 hasta 1823, figurando en algunos pergaminos dos o tres actas de fechas diferentes.

Juan Manuel Cuenca Coloma. Sahagún Monasterio y Villa 1085-1985. Pag. 3 a 8
 

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