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Fray Bernardino de Sahagún

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Estatua emplazada en la Avda. de la Constitución de Sahagún, obra del escultor Valentín Yugueros.

De entre los hijos ilustres de Sahagún que pasaron a Indias, quizás el más preclaro fue Fr. Bernardino de Sahagún, cuyo nombre no hemos podido constatar en el Catálogo de Pasajeros que nos ofrece Bermúdez Plata, y de quien si nos ofrece una pequeña biografía el P. Casiano García, que nosotros vamos a tratar de redondear con fechas, datos y sabrosas investigaciones que nos brinda la pluma documentada de Ballesteros Gaibrois. Lo que hacemos con fervor, porque Fr. Bernardino de Sahagùn, sobre ser una de las glorias más excelsas de la Villa, es uno de los hombres más beneméritos de la humanidad y de los más estudiados hoy en las distintas vertientes del humanismo de la ciencia. Hasta tal punto que Pijoán, después de afirmar que no fueron los conquistadores los que descubrieron el Nuevo Mundo sino los misioneros que llegaron después, entretejiéndonos diferenciaciones entre los conquistadores y los misioneros del México antiguo, de este modo hace el elogio de Fray Bernardino de Sahagún:

“¡Qué diferencia de las grandes personalidades que encontramos a su lado, con el sayal del franciscano o dominico! Sobre todo, Sahagún. ¿Por qué su nombre no es más conocido? ¿Por qué lo estiman solo los especialistas? ¡Porque es español!... Pues no solo hizo la presentación científica, impersonal, de un pueblo, sino que inició el método de investigación antropológica. Sahagún debe ser considerado como el creador de una ciencia nueva. Es para la Etnología lo que Mendel fue para la Genética, Cuvier para la Anatomía comparada, Pasteur para la Bacteriología. Sahagún procedió según la fórmula de Alberto el Grande: “Nada debe tomarse como cierto, si no puede repetirse con idénticas circunstancias”. El ingenuo frailecito español comprendió que era necesario comprobar la información, repitiendo las preguntas. Se retiró primero a un convento con varios aztecas de categoría y estuvo un año recogiendo sus informes. Más tarde, encerrándose por meses en otro convento, con otro grupo de prelados y letrados aztecas, comprobó la exactitud de lo que había aprendido. Pasé su larga vida mejorando el texto; cuando tenía ya cerca de noventa años y la mano le temblaba, pidió un amanuense para redactar su última versión; le dijeron que los franciscanos no debían valerse de criados. Una noche creyó haber oído un alarido en el Valle, y al decirle que era uno de los dioses aztecas que se despedía del lugar, el buen Sahagún no osó contradecirlo. Dejó en lengua azteca, respetuosamente, dos capítulos: el de los cantos religiosos y el de la descripción del cuerpo humano. Los himnos estaban en una lengua arcaica que él no comprendía perfectamente; la descripción de los órganos del cuerpo humano, según los aztecas, requería conocimiento preliminar de anatomía. He aquí el descubridor que merecía una estatua. México ha levantado un monumento a Las Casas, no porque defendió a los indios, sino porque atacó a los conquistadores. Sahagún no atacó a nadie; no tiene en su libro una palabra de rencor o ironía. Polémicas no salvan los pueblos, sino afirmaciones. Sahagún, conservando la mentalidad azteca, al describir sus costumbres, rezos, fiestas, supersticiones y pecados, salvó a los indios mejor que Las Casas con sus intemperancias”.

Largo, veraz y merecido ha resultado el elogio de Pijoán a Fr. Bernardino de Sahagún, a quien Sahagún sí que –aunque tarde- ha levantado ya una estatua, que proclama a los cuatro vientos su admiración y gratitud. Y es que aquel fraile franciscano en Sahagún nació, entre 1499 y 1500, de padres bastante acomodados y de apellido Ribera o Ribeira, quien –una vez ingresado en la Orden Franciscana, con vocación tardía y sobre los 20 años de edad –dejó que se esfumara aquel apellido, añadiendo al nombre propio el de su lugar de origen, para inmortalizarlo. Porque, finalizada su carrera humanístico-escrituraria-teológica, se hizo franciscano, halagando a sus oídos grandemente las cartas de sus hermanos de hábito, que contaban los avances de la fe en el Nuevo Mundo. Y al influjo de aquellas buenas nuevas, un día Fr. Bernardino se enroló en la segunda barcada misionera franciscana, dirigida por Fr. Antonio de Ciudad Rodrigo, con rumbo a Méjico en 1529, tal como reza compendiosamente el Catálogo de los Padres de España que componen la Parcialidad de los Gachupines: 43, V.P. Fr. Bernardino de Sahagún, Santiago, 1529. Hacía, pues, Sahagún el número 43 de los hijos de S. Francisco que arribaba a Nueva España, y lo hacía en el año 1529. Nos describe Ballesteros Gaibrois.

Desde los claustros de la universidad de Salamanca pasé Fr. Bernardino de Sahagún. Apenas ordenado sacerdote, a Veracruz; y con sus 30 años de edad, de Veracruz lo hizo a Méjico, y de allí –enseguida- a Tlalmanalco, donde simultaneó el progresivo aprendizaje de la lengua azteca con la predicación y la construcción del convento que allí estaba levantando Fr. Martín de Valencia. En 1533 pasó a Xochimilco, donde tanto se perfeccionó en el decir nativo indígena, que nadie mejor que Fr. Bernardino de Sahagún le hablaba, mientras –como maestro siempre se obras- acompasaba su labor de evangelización con la construcción de otro nuevo convento e iglesia. En 1535 estaba ya levantado el imperial colegio universitario de Santa Cruz de Tlaltelolco, por iniciativa del virrey don Antonio de Mendoza y orden de Carlos V, para los hijos de los principales señores de las provincias de Nueva España; y como Fr. Bernardino de Sahagún era el mejor enterado en la gramática azteca, allá fue destinado con Fr. Andrés de Olmos, para enseñarla a sus discípulos en su propia lengua, el nahuatl.

Hasta el año 1540 estuve regentando sus aulas Fr. Bernardino; pero, yéndole mejor la evangelización entre los indios que la docencia, de 1541 a 1544 le hallamos desplazándose por el valle de Puebla en continuas peregrinaciones apostólicas, escalando entonces los empinados y humeantes picos del Popocatepetl y las nieves perpetuas del Iztacihuatl, que él llamaría Iztactepetl o Monte Blanco, datando de ahora la composición literaria y doctrinal de su Sermonario de dominicas y de santos en Lengua Mexicana. En 1545, reside nuevamente en el colegio imperial de Tlaltelolco, cuando estalló asoladora una peste de viruela o fiebre de venados, de la que murieron muchos indígenas de la región, poniendo a prueba la misericordia multiplicada de los franciscanos en atender a enfermos y enterrar a muertos, quedando el propio Fr. Bernardino de Sahagún “al cabo de terminar sus días”, por efectos del contagio. Pero no murió entonces, sino que, mientras de ampliaban las aulas del Colegio y se reestructuraba su regimiento, poniéndolo en manos de los propios indígenas – que no en vano llevaba funcionando casi diez años- , en la mente de Fr. Bernardino de Sahagún iba fraguando la magna empresa de su vida, cual era la de escribir la Historia de las Cosas de la Nueva España, esquematizando su rico contenido en cuatro acápites fundamentales: Dioses, cielo e infierno, señorío, cosas humanas.

Con su esquema bajo el brazo y bulléndose en la cabeza el mejor modo de hacerlo, en 1558 fue trasladado a Tepepulco, donde había harto quehacer misional. Y, como habitaban allí señores indígenas de alta prosapia y descendientes de la casa real de Tezcoco –así como otras gentes principales, vinculadas a la antigua administración azteca prehispánica- supo aprovechar su estadía en el lugar, acumulando datos geográficos y vivenciales, anotando hasta nimiedades culturales y haciéndose carne en las antigüedades históricas y monumentales de Michoacán, así como también de Teotihuacán –la Ciudad de los Dioses-, sede de una antiquísima cultura, enmascarada por la superposición de lo azteca. De este modo se posesionó de una rica sensibilidad historicista, que consistió en consultar, hablar, dialogar con los que aún eran testigos presenciales de la conquista, al tiempo que afincaba en su espíritu un afán imperturbable de imparcialidad, consistente en sopesar las cosas, según diversas versiones, con lo que el hijo de Sahagún echaba los cimientos de todo estudio etnológico o antropológico auténtico.

En Tepepulco preguntó incansablemente a sus colaboradores –losinformantes- sobre los distintos puntos de su esquema de trabajo, rogándoles que se lo dibujasen luego, tal como se la habían dicho de palabra; y, una vez en posesión de aquellas pinturas, otro grupo de colaboradores –los latinos- trasladaban y escribían con la mayor justeza y en correcto náhuatl lo que pudiéramos llamar explicación o pie de imprenta. Con el rico bagaje cultural de aquel su primer borrador, en 1561 fue trasladado Fr. Bernardino de Sahagún nuevamente a Tlaltelolco, donde el gobernador y los alcaldes –como el mismo indica en el prólogo de  su inmortal obra- le designaron 8 o 10 personas muy hábiles en su lengua y en las cosas de su  antiguallas, quedando cribado su inmenso quehacer en un segundo borrador. Cuatro años más tarde “pasé y repasé a mis solas estas mis escrituras, y las torné a enmendar”. Reelaboración del trabajo, que había desbordado la ambición de su esquema primitivo, hasta quedar convertido en los doce libros que comprendería la Historia General de las cosas de la Nueva España, que en doce libros y en dos volúmenes escribió el R.P. Fray Bernardino de Sahagún, de la Observancia de San Francisco, y uno de los primeros predicadores del Santo Evangelio en aquellas regiones. Tal es el título completo de la obra del gran sahagunense.

En el límite de sus 70 años de edad y en 1569, Fr. Bernardino de Sahagún daba por concluida su obra, después de aquellas tres correcciónes o tres cedazos, como él las llama: La primera llevada a cabo en Tetepulco, la segunda en Tlaltelolco y la tercera en Méjico. El carácter doble –rigurosamente científico y eminentemente misionero- de exponer la realidad múltiple prehispánica de Méjico, para que sirviera de mejor ilustración a los evangelizadores del imperio azteca, reclamaba su publicación. A este efecto Fr. Bernardino suplicó la censura de la Orden franciscana, que le fue en todo favorable, y así fue presentada al Capitulo provincial de 1570; pero, a falta de medios económicos, se le encargó al propio Fr. Bernardino que él mismo y a mano sacase suficientes copias para los conventos franciscanos de la Nueva España. En tal trance –transcribimos datos y hechos de Ballesteros Gaibrois- no pudo menos el veterano y culto hijo de Sahagún que acudir al Consejo de Indias y al propio papa Paulo V por medio de los franciscanos que venían a España y a Italia al Capítulo general, para que favoreciesen su causa, buscando el mayor bien de las almas y la mejor gloria de Dios. Más, a raíz de esto, dieron comienzo los que Ballesteros Gaibrois llama los amargos capítulos del lento y tortuoso calvario científico de Fr. Bernardino de Sahagún, cuando se ordenó la incautación de sus manuscritos y la repartición de los mismos por todos los conventos de la provincia franciscana de Méjico. Y es que hasta los mismos franciscanos ponían trabas a su publicación, unos porque creían peligroso revolver de entre las cenizas del pasado idolátrico de los indios, despertando –quizás- sus medio apagados rescoldos, mientras que otros se sentían molestos por las críticas que, en los escritos de Fr. Bernardino, se hacían a métodos y caminos impositivos de evangelización en los primeros misioneros, cual habían sido los franciscanos.

A pesar del duro contratiempo y cuando contaba Fr. Bernardino de Sahagùn 72 años, le vemos en 1571 reorganizando el imperial colegio de Tlaltelolco, venido a menos administrativa y regencialmente. Sangrándole por dentro el corazón, pero hijo de obediencia, con tal empeño aceptó el nuevo destino que, en poco tiempo, le devolvió su pristino esplendor, a pesar de que fue la cosa más dificultosa que la misma fundación, como él subrayaba. Y como la enseñanza y el saber de la lengua nativa de habían hecho dos de sus amores en la evangelización de los indígenas y en su edificación, diese tiempo para hacer –todavía- sus correrías misionales por el valle de Tlalmanalco en 1573, al tiempo que componía –en 1575- la vida de San Bernardino de Sena, a petición de los indios de Xochimilco. Justamente en este año volvió a Méjico el P. Miguel Navarro, por quien había mandado al Consejo de Indias la súplica de imprenta para su Historia. Sabida la incautación de los manuscritos de Fr. Bernardino, ordenó la devolución de los mismos al autor, mientras se esperaban soluciones para su edición. Gozo grande y satisfacción inmensa desbordaron entonces en la vida del erudito franciscano, pero que no pasaron de ahí, por haber vuelto el P. Navarro a España al año siguiente, cuando arribaba a Méjico como nuevo Comisario general Fr. Rodrigo de Sequera. Admirado de la obra ingente de Fr. Bernardino de Sahagún y el gran servicio que de ella se seguiría para los nuevos misioneros franciscanos, ordenó que él mismo la tradujera al castellano, dictándola a los amanuenses y copistas que puso a su disposición. Así quedó la obra distribuida en tres columnas: castellano, náhuatl y un comentario de frases y palabras mejicanas.

En 1576 rebrotaba en Méjico el furor de una peste, que se cobró millares de víctimas, comenzando por la región de la antigua Tepeticpac o República de Tlascalla. A pesar de su avanzada edad, Fr. Bernardino de Sahagún multiplicó sus desvelos en atender a los enfermos y en buscar sangradores que eviten que los indios vomiten sangre y les disminuya la que tienen en el cuerpo –como el mismo nos relata-, aunque tuvo que lamentar que los alumnos de su querido colegio de Tlaltelolco quedaran más que diezmados en los reductos estudiantiles. Con todo y en 1577, acababa de transcribir en limpio un manuscrito de su Historia para el P. Sequera, cuando por orden de Felipe II quedaban ahora incautadas todas las obras de Fr. Bernardino, las que habrían de servir –larga y profundamente- a Juan de Ovando para su oficio de cronista real, como una verdadera enciclopedia de todas las costumbres, idolatrías y gobiernos de los indios de la Nueva España. Inclusive el manuscrito que guardaba como un tesoro el P. Rodrigo Sequera hubo de enviarse a España, según orden tajante del monarca en 1578, siendo portador del mismo el propio P. Sequera, cuando se vino de Méjico en 1580, finalizada su gestión comisarial. Únicamente quedó en poder de Fr. Bernardino entonces la Psalmodia cristiana y Sermonario de los Santos del año, en lengua mexicana, ordenada en cantares o psalmos, para que canten los indios en los ritos que hacen en las iglesias. Obra que, después de retocada y aliñada, recibió los honores de la imprenta en 1583, siendo la única que vio publicada el ilustre polígrafo de Sahagún.

Entre 1583 y 1585, mientras seguía regentando el colegio de Tlaltelolco, Fra. Bernardino de Sahagún empeñó todos sus esfuerzos en recomponer el Arte adivinatoria, el Calendario Mexicano, latino y castellano y La Conquista de México, obra esta última que venía a ser el libro XII de su Historia General. De esta forma y en caso de que hubiera sido destinada su Historia General a la destrucción, serían aquella obritas como un salvamento cultural y una supervivencia cultural de todo lo que el naufragio se había llevado consigo.

En el Capítulo provincial de 1585 fue nombrado F. Bernardino de Sahagún definidor, con residencia en Tlaltelolco; y, tras un quinquenio de luchas internas entre el Comisario general u el provincial de la nueva Provincia franciscana de Méjico –durante las cuales los mil quehaceres del gobierno provincial recayeron sobre la vida casi nonagenaria de Fr. Bernardino-, en 1590 le aquejó una fuerte bronquitis, que le puso al borde de la muerte. Insistieron los franciscanos en llevarle a Méjico, para que recibiera mejores atenciones en su dolencia. Y a Méjico fue llevado por aquellos bobillos de mis hermanos, sin ser menester, como cariñosamente relata el enfermo. Habiendo superado la crisis, se le dio de alta, volviéndose a su querido colegio de Santa Cruz de Tlaltelolco. Algunos días más tarde, recayó en su enfermedad, y, habiendo anunciado que agora sí que es llegada mi hora, mandó que le trajesen a los indios, sus hijos que con tanto amor cuidaba en el colegio, en cuya presencia recibió los sacramentos; y, habiéndose despedido de ellos con lágrimas en los ojos, descansó en el Señor, cuando acababa de cumplir los 91 años de edad.

Así dejaba de existir el gran lingüista que del léxico náhuatl había hecho traslúcidos los caminos siempre a los mandatos de la evangelización. Así moría el fundador de la etnografía del Nuevo Mundo. Que el antropología cultural en su método, en su planificación y en sus conclusiones sopesadas y científicas. Así dejaba este mundo aquel misionero ejemplar y aquel finísimo intérprete de la historia de las religiones, que se dio el lujo de no caer en las vulgaridades de otros contemporáneos, quienes veían en el culto indígena solamente la obra del demonio, sino que las supo describir minuciosamente, enaltecerlas como una función vital, y suavemente las encumbró a la adoración de un solo Dios, creador, salvador y providente. Así dejaba de existir el gran precursor de la Historia Natural, por lo sistemático de sus estudios sobre la fauna y la flora mejicana, cuando nos habla de las cosas divinas, humanas y naturales de la Nueva España, sobre la botánica y la zoología, sobre la farmacopea y la antropología. Así moría el más genuino historiador del Nuevo Mundo, al hablarnos de los hechos humanos de la conquista, recopilando tradiciones, cotejando fuentes de información e hilvanando coherencias historiográficas del pasado con el presente y en proyección con el futuro, sin caer en el prurito del mero narrador o expositor.

“Jamás vida más bella –transcribimos las palabras de Alfredo Chavero, el mejor biógrafo de Fr. Bernardino de Sahagún, tal cual nos las ofrece Ballesteros Gaibrois- se empleó más noblemente. No fue el fraile fanático que quiso convertir a los indios con la espada y la hoguera. No; fue el padre amoroso de los vencidos; el civilizador de los hijos de Anahuac. Él guardó, como rico tesoro, su lengua y su historia; y sin descuidar el pasado, él –más grande que todo lo que le rodeaba- presentía el porvenir, y ejercía su sacerdocio en la escuela. A su vieja patria apenas si pertenecieron cerca de treinta años estériles de su vida. A México le dedicó sesenta y uno de infatigables trabajos”.

Palabras a las que –a modo de epitafio- añade Chavero la última línea de su obra, diciendo que Sahagún no tiene un monumento en México. Aunque si lo tiene en Sahagún –subrayamos ahora con Ballesteros Gaibrois-, la patria vieja y chica que le vio nacer, que le dio el ser y la hombría, para honrar la memoria de un hijo suyo, que supo emplear noblemente su vida. Y es que la diputación provincial de León, celosa de la memoria de su propia Historia, en 1966 –casi cien años después del lamento de Chavero- le hizo levantar a Bernardino de Ribera, en Sahagún, una estatua de cuerpo entero, con la siguiente inscripción:

FRAY BERNARDINO DE SAHAGÚN.
SAHAGÚN 1499.MÉJICO 1590
MISIONERO Y EDUCADOR DE PUEBLOS;
PADRE DE LA ANTROPOLOGÍA EN EL NUEVO MUNDO.

DÍA DE LAS COMARCAS LEONESAS
11 DE JUNIO DE 1966

LA PROVINCIA DE LEÓN
A FRAY BERNARDINO DE SAHAGÚN
SAHAGÚN XI-VI-MCMLXVI.

Efectivamente, el 11 de junio de 1966 vistió Sahagún de fiesta, cuando allí tuvo lugar la solemne bendición de la estatua de Fr. Bernardino como el acto central del VI Día Provincial de las Comarcas Leonesas, que había iniciado sus festejos el 5 y que habrían de prolongarse hasta el 12, festividad de San Juan de Sahagún. Corrió la bendición a cargo del Rvmo. Abad mitrado de San Isidro de Dueñas, don Buenaventura Ramos Caballero, natural de Villamuñío –en la comarca de Sahagún-, y después de una solemne misa celebrada en la remozada iglesia de San Tirso. A ella asistieron, con el capellán mayor de la Diputación, don José Mª. González Reguera, las más altas personalidades de la Provincia, ocupando lugares destacados el Sr. Gobernador civil, don Luis Ameijilde Aguiar, el presidente de la Diputación Provincial, don Antonio del Valle Menéndez; el gobernador militar, general don Luis García Calvo; el Jefe de IV Zona de la guardia civil, general Martínez; el Alcalde de Sahagún, don Tomás Sobrino Álvarez; el alcalde de León, Sr. Martínez Llamazares; el subjefe provincial de Movimiento, Dr. Martín Gutiérrez; el vicepresidente de la diputación provincial, don Maximino González Moran, y los diputados provinciales, señores Ojeda, Penas, Población, Barrio, De León, y Puente. Ocupaban igualmente sitiales de preferencia la esposa del Sr. presidente de la Diputación, Sr. Del Valle Menéndez. Acompañada de la señora de López Anglada, esposa del poeta galardonado con el premio del certamen literario de las VI Jornadas Comarcales Leonesas, así como Josefina Martínez Retuerto, reina de las mismas, con su corte de honor.

De esta manera quedaba subsanado el olvido en que Sahagún había tenido –durante mucho tiempo- a uno de sus hijos más preclaros. Olvido que, en 1940, comentaba el P. Casiano García, apostrofando al señor Alcalde de la histórica Villa de Sahagún, para que al menos, dedicara una calle a Fr. Bernardino. Y es que a los ojos de la ciencia crece y crece –día a día- la estimación por la obra de Fr. Bernardino de Sahagún, que es todavía una cantera casi inexplorada, un venero del que fluyen constantemente informaciones que sirvan –más y más- para el esclarecimiento de la historia y las creencias de los antiguos mejicanos, como lo prueban los estudios de investigación en hombres científicos, como Paul Kirchhoff, quien –a base especialmente de Sahagún- va desentrañando los intrincados problemas de las dualidades de dioses del panteón mejicano, concluye Ballesteros Gaibrois.

Palabras con las que quisiéramos cerrar el presente capítulo de nuestra historia. Más, no lo haremos sin transcribir el elogio que Nicolás Antonio dedica a Fr. Bernardino de Sahagún, diciendo:

“Bernardino de Sahagún, natural de aquella Villa y franciscano de la Observancia, habiendo pasado a Méjico para predicar el Evangelio, alcanzó  ten especialísima erudición en el idioma de los mejicanos, que tradujo a él obras de muchos autores españoles, escribiendo otras muchas cosas en dicha lengua, que son de gran utilidad para los predicadores y pastores de almas”.

Al igual que tampoco lo haremos sin hacer referencia a László Passuth, quien –sobre todo- en la séptima parte de su historia novelada sobre Méjico, hace protagonista a Fr. Bernardino de Sahagún, en un ameno y cordial diálogo con el virrey don Antonio de Mendoza, explicando el método científico de elaborar él su Historia General de las Cosas de la Nueva España.

Finalmente diremos que el estudioso de Fr. Bernardino de Sahagún, Ángel María Garibay, publicó en 1956, la Historia General de las cosas de la Nueva España, en la que –en su prólogo- nos transcribe las palabras del propio Fr. Bernardino de Sahagún, al comenzar su obra, subrayándonos las vicisitudes, los alcances y el contenido de la misma, diciéndonos:

Pues porque los ministros del Evangelio que sucederán a los que primero vinieron, en la cultura de esta nueva viña del Señor, no tengan ocasión de quejarse de los primeros, por haber dejado a oscuras las cosas de estos naturales de esta Nueva España, yo, fray Bernardino de Sahagún, fraile profeso de la Orden de Nuestro Seráfico P. San Francisco, de la Observancia, natural de la Villa de Sahagún, en Campos, por mandato del muy Reverendo Padre, el P. Fray Francisco Toral, provincial de esta Provincia del Santo Evangelio, y después Obispo de Campeche y Yucatán, escribí doce libros de las cosas divinas, o por mejor decir, idolátricas, y humanas y naturales de esta Nueva España. El primero de los cuales trata de los dioses y diosas que estos naturales adoraban; el segundo, de las fiestas con que los honraban; el tercero, de la inmortalidad del ánimas y de los lugares donde decían que iban las almas desde que salían de los cuerpos, y de los sufragios y obsequias que hacían por los muertos; el cuarto libro trata de la astrología judiciaria que estos naturales usaban, para saber la fortuna buena o mala que tenían los que nacían; el quinto libro trata de los agüeros que estos naturales tenían para adivinar las cosas por venir; el libro sexto trata de la Retórica y Filosofía Moral que estos naturales usaban; el séptimo libro trata de la Filosofía Natural que estos naturales alcanzaban; el octavo libro trata de los señores y de sus costumbres y maneras de gobernar la república; el libro nono trata de los mercaderes y otros oficiales mecánicos, y de sus costumbres; el libro décimo trata de los vicios y virtudes de estas gentes, al propio de su manera de vivir; el libro undécimo trata de los animales, aves y peces, y de las generaciones que hay en esta tierra, y de los árboles, yerbas y flores y frutos, metales y piedras y otros minerales; el libro duodécimo se intitula La Conquista de México.

Estos doce libros, con el arte y vocabulario apéndice, se acabaron de sacar en blanco este año de mil quinientos y sesenta y nueve”.

Y todavía siguen otras líneas, un tanto acongojadas y pesimistas, en las que Fr. Bernardino de Sahagún nos da a entender el poco apoyo que, en la composición de su obra, tuvo de parte de sus superiores, para escribirla así en romance como en lengua mexicana, cosa que se hizo en 1575.

(Juan Manuel Cuenca Coloma. Sahagún Monasterio y Villa 1085.1985. Págs. 227 a 237)

 

2015 - La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) incluye la obra de Fray Bernardino de Sahagún (1499-1590) en el registro internacional Memoria del Mundo.

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