Cristal en arquitectura; piropo jugando a río… Pureza de calofrío en arcángeles de altura. El Céa es una ternura duermevelada en el puente. Es un juglar inocente que rima amor con ribera y lleva la primavera prendida de su corriente. De su corriente prendida tiene una sombra en la mano y, bajo el puente romano, un águila en despedida. Aún le duele en doble herida doble santidad quebrada. Espuma desconsolada ocultando el pensamiento y rizándose en el viento de saber la voz pasada. Y, él, sabe una algarabía de moros sobre su espejo y recuerda en su reflejo alfanjes de morería… El recuerda todavía -memoria larga y serena- que en el oro de su arena hubo un beso enamorado y hasta hubo un rey derrotado regándole con su pena. | Pero su pena es de nieve -nieve de cumbre lejana- que se vuelve filigrana de pluma de arcángel leve… El quiere, de vuelo breve, remontarse en golondrina y arrancar, en vez de espina, una rosa del paisaje para bordársela al traje de amor a la Peregrina. De amor, el Céa, y de beso -agua de mover molinos- quiere ignorar los caminos del Esla. Quizá por eso sueña con quedarse preso junto a la Virgen pequeña. La Peregrina, risueña, crisálida y mariposa, sabe que tendrá la rosa que la golondrina sueña. El sueño la Virgen sabe y se vuelve de cariño mientras cuenta el cuento al Niño de cómo es el agua un ave. Caña y junco; verso y nave; mi balada se recrea, se canta y caracolea para no llegar al mar. En Sahagún quiere quedar la golondrina del Céa. Manuel Vegas Asin. |