HERMANDAD DE SAN JUAN

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Resulta que en 1620 don Pedro Salvador -párroco ahora de la iglesia de la Santísima Trinidad  y comisario del Santo Oficio- con algunos sacerdotes más y el capitán don Pedro de Villarroel, corregidor por el rey en la Villa, hicieron presente al concejo de Sahagún la intención del prior del convento de San Agustín de Mansilla sobre adquirir la casa en la que había nacido el Beato Juan de Sahagún, para construir sobre ella una iglesia en su honor; y que si -a más de ello- la cofradía del Beato le hacía traspaso de los bienes y mandas que tenía en la Villa, la Orden agustiniana se comprometía a levantar a su vez un convento, con estudio perpetuo de gramática, artes y teología. Colegio agustiniano que habría de ser pontificio y con facultad para otorgar grados en leyes y teología, máxime cuando el estudio general de la abadía de Sahagún hacía cinco años que había incorporado sus aulas a Santa María la Real de Irache. El Ayuntamiento de la Villa denegó aquella petición, expresando al prior de Mansilla que estaban ya empeñados Sahagún y su concejo en construir sobre el solar de aquella casa una iglesia en honor del Beato, para lo que efectivamente contaban con las mandas y donativos que los fieles con tal fin ponían de continuo en manos de la cofradía del bienaventurado Juan de Sahagún, con la venia y la ayuda de la abadía.

Ayuda que cobró entusiasmos y efectividades en 1630 con motivo de celebrarse el segundo centenario del nacimiento de Fr. Juan de Sahagún, cuando era abad Fr. Íñigo de Medrano, y presidía la Cofradía el celo y la dedicación de don Antonio de Saldaña, párroco de San Lorenzo, quien –en1635- se decía ya Procurador y Administrador de las obras de la Iglesia de San Juan de Sahagún y Presidente de su Hermandad. Con todo, fueron necesaria las aportaciones pecuniarias de la abadía de San Benito, algunas que otras de los padres del convento de San Francisco, y también las de los agustinos de Salamanca, hasta que la Capilla de San Juan de Sahagún vio alzados su nave central y su crucero, así como sus cinco altares, de los que el principal –según es tradición- está precisamente sobre el lugar que ocupaba la alcoba en que naciera el Santo un día del año 1430.

Más tarde, aquel altar mayor se retocó según las líneas maestras del neoclasicismo, extendiendo –de arriba abajo- unos paneles que representaban distintas escenas de la vida de San Juan de Sahagún y de sus principales milagros, enmarcados en madera policromada y pintados por Gil de Mena o Pedro Díaz de Minaya. Paneles que más se acercan a la sencillez, transparencia y al sentimiento de Murillo o Zurbarán, que a los que la escuela burgalesa de Alonso Sedano había estampado antes en la capilla del Santo en Burgos, con sus rictus llamativos y dramáticos, prolongando influencias del Quatrocento italiano. Y desde entonces hasta el día de hoy, la capilla de San Juan de Sahagún sigue cantándonos las maravillas que el Señor hizo con su siervo, al tiempo que los ejemplos de su vida prenden en los hijos de Sahagún ansias de un mejor entendimiento. Al igual que sigue allí perviviendo su más que tricentenaria cofradía o hermandad.

(Juan Manuel Cuenca Coloma. Sahagún Monasterio y Villa 1085-1985. Pág. 255-256)