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En Sahagún

LA CALLE Y SU MUNDO

En Sahagún de Campos, a cuarenta y seis grados de temperatura. Me dedico a contemplar los campanarios románicos de San Lorenzo y San Tirso, que son dos estupendas fábricas de ladrillo. Según me dicen, la cosecha de trigo se presenta abundante, lo mismo que la cebada, a cuya siega se entregan ahora los labradores. En cambio, las lentejas, debido a inoportunos fríos y heladas, no ganaron lo suficiente. El pueblo ha perdido a su juventud. La juventud se ha largado en sus ilusiones a otras tierras más prósperas y vitales.

—Mientras no pongan aquí alguna industria... —me dice el camarero de un bar.

— Pero, ¿qué industria? —pregunto yo— ¿Qué industria puede montarse en Sahagún? La gente habla de la industria.

La gente habla por hablar. Interrogo sobre el tema a varias personas y ninguna tiene la menor idea de los productos Que cabe industrializar en Sahagún. Sahagún es un imponente secano, con magníficas vegas que no están regadas y hasta con barreras que se estiman feraces si les llegase el aliento vivificador del agua. Yo creo que mientras estos secarrales no se conviertan en regadío, es una vaguedad la industrialización de Sahagún y su vasta comarca. El problema español es que el país sufre una total carencia de infraestructura.

 Huyendo del calor me refugio en el pequeño museo de las monjas benedictinas, que me enseñan sus tallas, su custodia de Arfe, sus pinturas y sus casullas y ornamentos sagrados. Bajo los porches de la plaza me detengo ante los escaparates de la mercería y paquetería de Ángel Ruiz Torbado-y la sombrerería de Leonardo. Veo a un zagalillo en faena de probarse jipis, y no se encuentra a gusto con ninguno. El chico quiere una gorra visera blanca. También me paro en la zapatería de los hijos de Silvio A!aíz, en la confitería «La Esgueva», en la quincallería del hijo de P. Francisco y a la puerta del restaurante «Sergio». La carta de «Sergio» es morigerada de precios.

El Calixtino recomendaba a los romeros santiaguistas que hiciesen parada y fonda en Sahagún para adorar los restos de los hermanos mártires Facundo y Primitivo. Estos santos moraban a orillas del Cea y fueron ajusticiados cuando la cuarta persecución de los cristianos. Facundo y Primitivo suscitaron milagros prodigiosos. Los peregrinos veneraban las cenizas de estos bienaventurados y se perdían en seguida por las "boites'. Ya saben ustedes que Sahagún tenía entonces cerca de cien mil habitantes, judería y barrios alemán, francés y chino. La mayor atracción artística de Sahagún fue la gallega María Balteira, maravillosa vedette del medioevo jacobita, que era fina de busto y de pierna. Los entendidos estiman que tuvo la talla de la Bella Otero. Anduve indagando por el pueblo tratando de localizar el tablado donde la Balteira enarcaba la pierna y nadie supo darme noticias de esta mujer.

Se sabe, desde luego, que no actuó en los escenarios del barrio chino. Era muy ambiciosa y elegante. Entro en la iglesia de San Juan de Sahagún y le rezo un padrenuestro al taumaturgo de Salamanca, y hago lo mismo a San Facundo y San Primitivo, que eran hijos del centurión Marcelo. Cruzan por una calleja unos jóvenes franceses que van a pie a Compostela. Les hablo de María Balteira. La Balteira era una especie de Mistinguele, aclara uno que es de Tours. Eso mismo, le digo. La vedette de la romería tuvo sus poetas y aun hoy la recuerdan ilustres vates ultramarinos. El argentino Lorenzo Várela la rememora en uno de sus poemas galaicos:

¡Loubar, en loubara,
María Balteira,
tua saia leda!

ERO (16.07.1967 La Vanguardia Española)

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