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CAMINANTE, EL CAMINO SE HACE AL ANDAR

Es inevitable pasar por Machado cuando se habla de caminantes y de caminos. El camino es la más hermosa metáfora del vivir. El vivir visto como una ruta hacia la mar, digo la mar en femenino, como  Jorge Manrique,  donde las vidas son los ríos y el murmullo del agua, los pasos al caminar.

En Sahagún el camino cruza como un alfiler punzante, un alfiler de cactus breve, decía Lorca. Cruza estepas (no diré montañas porque están aquí los del Bierzo, entre ellos el Presi de la Dipu) valles, flores, ríos, prados. A Sahagún llega tranquilo y largo, como el horizonte, cruza pacífico el Valderaduey, inventado y por eso irreverente y caprichoso. Pasa por un pueblo de historia grabada en ladrillo y piedra, después remansa en los plantíos del Cea, para seguir ruta por Calzada, monte arriba.

“Lejos los montes duermen envueltos en la niebla, niebla de otoño, maternal / descansan las rudas moles de su ser de piedra / en esta tibia tarde de noviembre / tarde piadosa, cárdena y violeta”. Dice Machado.

Uno, el recuerdo

En el límite de la memoria, estoy en esa edad en la que se puede decir: “me acuerdo cuando….”. Y me acuerdo de cuando era casi un niño,  o después de haberlo sido; no estoy seguro, porque eso dura solo una mínima eternidad. “Una brizna de hierba”. Recuerdo jugar a la pelota en la plaza de San Lorenzo con aquella chiquillería que éramos; somos los hijos del baby boom. Las plazas de este pueblo sonaban como las grullas por el cielo en su peregrinar a  climas propicios. Y recuerdo con claridad que, de vez en cuando, aparecían hombres raros, hombres y mujeres, pásmense, a caballo, o andando. Muy de vez en cuando, pero todo el año, iban viniendo y nosotros nos quedábamos pasmados un rato, no mucho, casi una eternidad, con el balón en la mano, quietos como árboles, suspendidos, mirando mudos su aspecto desaliñado y bohemio, quemados por el sol y los fríos. Ellos miraban la torre, en este caso de San Lorenzo, como os digo, con arrobo. Nosotros con arrobo mirábamos su arrobamiento. Por entonces no había trazado ningún Camino de Santiago (en Sahagún). Que nosotros supiéramos no había más caminos que los que llevan a los majuelos y a los huertos. El camino estaba resguardado en el imaginario colectivo, o en el olvido colectivo, borradas sus huellas y sin noticias de él más que a través de las leyendas . El olvido si es colectivo tarde o temprano aflora.

- Dicen que son peregrinos. 

- ¿Cómo?   

- Hay un camino oculto y misterioso como ese pasadizo a los castillos de Grajal y Cea. Desde el manantial de la Peregrina.

- ¡Un camino! 

- Si, un camino…. aguardando tiempos propicios.

 - ¡Hay gente pa’tó!

-  ¿Qué es eso de caminar?  

Caminar… sí, caminar sin ir más lejos.  Vamos que no nos entraba la cosa en la cabeza en aquel tiempo. Pero algo estaba fraguando el futuro. Luego os lo cuento.

Dos, empatía

Bien, pues traigo esta anécdota del recuerdo, para deciros lo importante que es para nuestra rutina que aparezcan de improviso gentes inesperadas, desconocidas, sacudiendo el polvo de este camino más viejo que nosotros. Yo aprendí lo que era la empatía con aquellos caminantes: “si caminaban sería por algo”, “si ellos miraban con fruición los ladrillos mudéjares, sus razones tendrían”. Reconozco que me fascinaban y empezó a inquietarme la torre y su iglesia, más allá del oficio de  “monaguillo” cuando ayudaba en misa a Don Valentín o tocaba las campanas con Juan, el sacristán. 

Esa torre siempre me ha hechizado como debió hacerlo con Lorca cuando el gran poeta granadino descubrió su duende. Aunque no se sabe a ciencia cierta a qué torre se refería, solo dijo “Torre de Sahagún”. Aduendada, telúrica y mística, paciente y señera. Ahora la siento como un hito, aguja de cactus breve en el caminar, en el fluir de tantas almas; un manantial  de sueños. Para mí lo es por nacer a sus pies y para los caminantes por sus misteriosos ojos. 

“De la ciudad moruna / tras las murallas viejas / yo contemplo la tarde misteriosa / a solas con mi sombra/ y con mi pena”.   

La mirada de los peregrinos me enseñó a mirar y mirando se ve, queridos paisanos. San Lorenzo totémico, emocionante surtidor de sombra y sueño. Sus muchos ojos azules y negros voltearon las campanas de nuestros nacimientos  (antes se tocaba a gloria, hay que recuperar las buenas costumbres) y  las de muerte. Claro que a muerte, sin miedo. ¡Es lo que toca! En  eso no ha cambiado la cosa. Pues eso; se anuncia el inicio y final de todos los caminos que cada uno de nosotros somos a golpe de campana. ¿Cómo no vamos a entender lo que significa caminar? Tendríamos que estar ciegos si viendo mirar no vemos. 

Caminante, son tus huellas / el camino y nada más / Caminante no hay camino, / se hace camino al andar./ Al andar se hace camino / y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar. / Caminante no hay camino / sino estelas en la mar.       

Tres, el albergue

Los caminantes vienen tranquilos en su silencio, cansados, agotados. ¡Quién sabe si perdidos!  Y se encuentran con Sahagún desde las lomas de los barriales. Asoman las torres rojas de San Tirso, San Lorenzo, La Peregrina en un alto, San Juan en la escalera, la torre del reloj y ésta que hoy nos alberga. Aquí llegan los caminantes en busca de  estelas en la mar. Sellan si quieren sellar y pasan si quieren pasar. Otra vez Lorca me viene “¿Quién recoge tu semilla de llamarada en la nieve? El fruto codiciado… ¿Qué buscas caminante? ¿Quizá los mundos sutiles ingrávidos y  gentiles?  ¿Qué buscamos Antonio Machado? ¿Buscamos a Dios por los caminos?

Esta torre, Trinidad, que bautizó a mi madre y a tantos facundinos, es hoy, es ahora, en el ahora de ahora sin ir más lejos, un albergue. Un albergue, “Platero. ¡Qué palabra tan honda, tan verdinegra, tan fresca! Parece que es la palabra la que taladra, girando, la tierra oscura, hasta llegar al agua fría.” Juan Ramón Jiménez cantó al pozo en un día de sed. Sirva para “al-ber-gue”: reposo, trago de agua fresca, aliento para el caminante que ha de seguir por veredas y roquedales.

“!Buen camino!”, dice mi padre a voz en grito cuando los ve por el Puente Canto, o en la Virgen del Puente, cuando hacen el receso para mirarse en la corriente, o en los arcos rotos que sustentan la torre del reloj al lado  del Arco de San Benito, que corona la carretera. Por qué él cree que están perdidos les señala con el dedo el camino bueno. “Por allí peregrinos”. ¿Cómo no van a estar perdidos, padre, si caminan? ¡Nunca se pierde un perdido! Os lo he oído en casa muchas veces en casa. Pero vale la intención y  agradecen en mil lenguas cualquier ayuda.

Arcos por donde pasaron el amor y la vida de otros tiempos casi olvidados, arcos por donde pasa el agua, que trazaron rutas en ríos comunes. “Por el arco de Elvira quiero verte pasar, para saber tu nombre y ponerme a llorar”. Lorca viene sieeeempre a mi rescate.

Es magia el cariño que despiertan los caminantes. Tan solos, tan desprovistos, tan sufridos, tan silentes,  tan sedientos; quien sabe si tan perdidos. “Caminante, son tus huellas el camino y nada más, caminante, no hay camino, se hace camino al andar”.

Cuatro, anfitriones

¡Ay,  paisanos! Por Sahagún se dobla el mapa en dos mitades que van desde Roncesvalles  hasta Finisterre. Tendremos que hacer un esfuerzo aún mayor, si cabe, por ser anfitriones generosos, perennes, anfitriones inveterados, agradecidos… Porque no hay que olvidar, que en su génesis, Sahagún, y por ende su comarca, su deliciosa comarca..... Aquí tengo que hacer un alto en el camino. No puedo resistir la tentación de recorrer todos los veranos en bicicleta para ver sus montones de trigo, desde la Requejada hasta Arenillas, Galleguillos, Codornillos, Villamol, Bercianos del Real Camino, San Martin de la Cueza, Joara, tantos nombres que podrían servir para contar una historia de García Márquez.  Se formó, digo, con gentes de todos los caminos. Comerciantes y santos,  bandoleros y honrados pexeros, mercaderes corteses e ricos burgueses,  xentes de bien e de mal, todos ellos, ¡quién sabe si perdidos! De modo que, si lo llevamos en la sangre, ayudemos a los que como ellos fuimos y hoy como ellos seremos.  

Sentir, como una dicha, albergar a gentes de todos los lugares del mundo, de todos los idiomas y de todas las culturas, porque aquí, en este camino “milagroso”, los idiomas y las culturas no son diferencia ni frontera. No es solo un recorrido religioso, es también, es además, una experiencia iniciática. ¡Quién sabe si tan perdidos como nosotros! Golpe a golpe, verso a verso. Esta es la dicha. 

 “Cuando el jilguero no puede cantar / cuando el poeta es un peregrino / Cuando de nada nos sirve rezar / Caminante no hay camino / se hace camino al andar”.                                          

Cinco, volver

Decía antes que algo tramaba el futuro, pues a eso voy.  Muchos de los hijos de este pueblo hemos caminado por caminos de otros pagos. Y en todos hemos encontrado un hogar donde vivir y laborar. Esta España deshabitada y hoy olvidada, tiene que luchar por resucitarse, por salir de ese olvido, encontrar su tiempo propicio y, como las grullas estacionarias, los hijos del baby boom volveremos al recogimiento de nuestros viejos nidos y nuestros recuerdos. Encontraremos un pueblo mantenido por los que se quedaron; a los que digo en letras grandes “gracias”, aunque hoy no estén aquí, Sahagún es un pueblo de acción más que de discursos. 

Viajamos siempre y “salimos de los muros de la patria mía”, de los seres queridos, del entorno que nos protege, del estado de confort. Y tiene eso de bueno, que encuentras visiones increíbles que calman el desvalimiento y la morriña. Viajar tiene ese vértigo. Descubrir, iniciar  rutas, ver gentes y oír sonidos de otras culturas. Cuando llegas a un lugar y te ofrecen un simple vaso de agua, un cobijo bajo la lluvia o una mínima y eterna sonrisa afable sientes la fuerza de la vida expandirse en tu pecho y te alegras de haber nacido. 

Yo he estado en lugares de paz y algunas veces, pocas, en guerra y siempre me han dado cobijo en su casa y en su jaima hasta los más pobres viejos peones. Entonces te das cuenta de que lo esencial no tiene dueño. De esta forma os animo a preservar nuestro camino, que es el suyo y a verlos como un milagro que nos visita. 

Así pues, generosos con los de fuera, pacientes y constantes como el camino que supo esperar su tiempo propicio, nosotros haremos obligaxion de anfitriones con el mismo tesón, en el cada día, empezando por los pequeños detalles.  “Dar agua al sediento”. Aquí me viene el monaguillo.

Seis, despedida

Cierro, sahaguneros, cierro con Machado como empecé, que lo explica mejor que yo y más bueno: pues es dos veces breve. Que no quiero yo hacer un sermón. Y nos vemos en la cantina.

“La mala gente que camina va apestando la tierra, pedantones al paño que miran, callan y piensan que saben, porque no beben el vino de las tabernas. Pero “en todas partes he visto gentes que danzan y juegan, cuando pueden, y laboran sus cuatro palmos de tierra. Nunca si llegan a un sitio, preguntan a dónde llegan. Cuando caminan cabalgan a lomos de mula vieja, y no conocen la prisa ni aún en los días de fiesta. Donde hay vino, beben vino, donde no hay vino agua fresca. Son buenas gentes que viven, laboran, pasan y sueñan, y en un día como tantos, descansan bajo la tierra”. 

O sea caminantes, o sea peregrinos, o sea facundinos… ¿Quién sabe si tan perdidos? Y con el mismo polvo bajo las ruedas.

Carmelo Gómez (2020)

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